Crítica:POP

Justin Bieber Justin mata a Bieber

Si en vez de cantar Justin Bieber se dedicara a enseñar física cuántica, las casi 14.000 personas que le vieron ayer en el Palacio de los Deportes ahora podrían aspirar al Nobel. La reacción que provoca este canadiense de 17 años sobre la pituitaria de su público (principalmente chicas adolescentes) es tal que, durante las dos horas que duró su primer concierto en Madrid, no hubo una frase, un gesto, que se le escapara a la turba de quinceañeras a sus pies. La mayor parte, de hecho, fue celebrado con chillidos dignos de descenso en montaña rusa, convulsiones de yonqui en urgencias y lágrimas h...

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Si en vez de cantar Justin Bieber se dedicara a enseñar física cuántica, las casi 14.000 personas que le vieron ayer en el Palacio de los Deportes ahora podrían aspirar al Nobel. La reacción que provoca este canadiense de 17 años sobre la pituitaria de su público (principalmente chicas adolescentes) es tal que, durante las dos horas que duró su primer concierto en Madrid, no hubo una frase, un gesto, que se le escapara a la turba de quinceañeras a sus pies. La mayor parte, de hecho, fue celebrado con chillidos dignos de descenso en montaña rusa, convulsiones de yonqui en urgencias y lágrimas histéricas.

Así se espera que sea el mundo de Justin Bieber, ídolo de masas por antonomasia gracias tanto a sus canciones de pop y R&B como a su voz de chica y su encanto preadolescente. Tiene una caterva de niñas dispuestas a morir por él, a comprarle más de nueve millones de discos y recompensarle con al menos los 100 millones con los que cuenta. Y es el mundo que se encontró en Madrid por una tarde.

El cantante tiene una caterva de niñas dispuestas a morir por él

De hecho, si alguien hubiera cerrado los ojos en la plaza de Felipe II a las cinco de la tarde, no hubiera sabido si estaba en un parque de atracciones o en la plaza de Tahir. Entre las hipofíticas estampidas al aparcamiento porque pasaba un coche que a lo mejor podría ser que transportara al chavalín de oro, los gritos de guerra ("¡Jus-tin, Bie-ber!"), el impresionante despliegue de mercadotecnia (camisetas, pulseras, deportivas, sudaderas, linternas...), los ocho desmayos que tuvo que atender el Samur y las caras pintadas de corazones, las miles de chicas que aguardaban al concierto parecían una masa uniforme y beligerante. "Es el día con el que voy a soñar toda mi vida, por Dios, el día que vi a Justin en persona", gimoteaba Adela, cacereña de 15 años. "No sé si podré tomar suficientes fotos".

A las 20.15, bañado en alaridos, un muchachote subió al escenario. Tenía poco que ver con los recortes de revistas que las niñas habían puesto en pancartas. Sin el flequillo que le ha hecho famoso, levantando metro setenta del suelo, con constitución adulta y una voz en transición que metía una docena de gallos por canción, parecía como si su propia imagen se le hubiera quedado pequeña. Si no hubiera comandado a las fans con esa característica mezcla de iconografía y sugestión; si no hubiera ejecutado a la perfección las desopilantes coreografías de Somebody to love; si no hubiera tonteado tan profesionalmente con el público antes de cantarle su pegajosa Baby, hubiera parecido un imitador de karaoke.

Tras un retraso hormonal tan rentable como sospechosamente largo, Justin parece supeditar a Bieber, esa marca que tantos suspiros y mofas ha provocado. "Sigue siendo él, pero como que no es él", se extrañaba Laura, de 13 años, a la salida. "Guapísimo es. Pero, ¿este? Este no era el de mi disco". Madrid le dio un martes de lujo a Justin Bieber. Justin lo agradeció con todo el Bieber que le queda dentro.

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Justin Bieber, durante un momento de su actuación ayer en el Palacio de los Deportes.CARLOS ROSILLO

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