Los abismos de James Cameron

James Cameron, visionario del 3D, sigue empeñado en la revolución del cine a través de la tridimensionalidad y, a la espera de la segunda y tercera entregas de Avatar, estrena Santuario, aventuras espeleológicas en las profundidades del mundo, que esta vez solo produce pero que poseen su inconfundible sello, con todo lo bueno (la espectacularidad) y lo malo (linealidad absoluta de personajes y tramas).

En una entrevista reciente a este periódico, un enfadado Cameron clamaba por demostrar a sus colegas que el 3D no es un formato exclusivo para la animación y la fantasía, qu...

James Cameron, visionario del 3D, sigue empeñado en la revolución del cine a través de la tridimensionalidad y, a la espera de la segunda y tercera entregas de Avatar, estrena Santuario, aventuras espeleológicas en las profundidades del mundo, que esta vez solo produce pero que poseen su inconfundible sello, con todo lo bueno (la espectacularidad) y lo malo (linealidad absoluta de personajes y tramas).

En una entrevista reciente a este periódico, un enfadado Cameron clamaba por demostrar a sus colegas que el 3D no es un formato exclusivo para la animación y la fantasía, que todos deberían rodar en tres dimensiones. Pero la paradoja es que películas como Santuario apenas se benefician del sistema: a la falta de luz de las profundidades marinas se le une la falta de luz del 3D, además del consabido lío entre tamaños y distancias cuando en un mismo encuadre hay varios personajes en distintos planos. Así, solo hay un momento inquietante en Santuario que sea producto de la eficacia del 3D, el penúltimo de todo el metraje, con el chaval escalando en primer plano la pared hacia la libertad. Dice Cameron que incluso Cisne negro y 127 horas serían fabulosas en 3D. ¿Y El padrino? ¿Y Centauros del desierto? ¿Y Con faldas y a lo loco? Lo dicho, un visionario.