Columna

Miedo en el cuerpo

Dos recientes encuestas -una de Metroscopia y otra del Instituto Opina- colocan al vicepresidente primero, Alfredo Pérez Rubalcaba, como el candidato idóneo para recuperar la fidelidad perdida de los votantes socialistas, e incluso con grandes expectativas de poder ganar las próximas elecciones generales. Sin negarle sus obvios méritos, y su gran capacidad para gozar del don de la ubicuidad en el espacio público, está claro que ello obedece al correlativo decaimiento de la figura de José Luis Rodríguez Zapatero, y al poco atractivo electoral de Mariano Rajoy. Por paradójico que parezca, uno de...

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Dos recientes encuestas -una de Metroscopia y otra del Instituto Opina- colocan al vicepresidente primero, Alfredo Pérez Rubalcaba, como el candidato idóneo para recuperar la fidelidad perdida de los votantes socialistas, e incluso con grandes expectativas de poder ganar las próximas elecciones generales. Sin negarle sus obvios méritos, y su gran capacidad para gozar del don de la ubicuidad en el espacio público, está claro que ello obedece al correlativo decaimiento de la figura de José Luis Rodríguez Zapatero, y al poco atractivo electoral de Mariano Rajoy. Por paradójico que parezca, uno de los políticos más veteranos es a la vez el que da una mayor impresión de frescura en este último tramo de la legislatura.

El objetivo del PP ha sido reforzar la lealtad de los suyos y confiar en la erosión de la del adversario

El presidente del Gobierno, en un tardío giro desde la ética de la convicción a la ética de la responsabilidad, ha interiorizado ya el coste electoral de las políticas de ajuste y está dispuesto a la inmolación en nombre de los grandes intereses del Estado. Como esos fusibles que se funden para salvaguardar la integridad de todo el sistema eléctrico, su sacrificio no solo tiene una dimensión de defensa de lo que se entiende que está en el interés del país como un todo, sino también de las mismas posibilidades de evitar la debacle electoral de su partido. Su figura habría transitado así, por valernos de algunos de los calificativos que han adornado su trayectoria, desde el "buenismo inicial" y el posterior frío calculador político -el bambi con cuernos- hasta su postrero rol de hombre de Estado. Conserva, sin embargo, esa capacidad de trilero que también se le ha imputado siempre, y que ahora posiblemente ejercerá tapando y destapando cartas según las circunstancias.

Por el lado del Gobierno hay, pues, movimiento. Lo contrario que se percibe en la oposición, que sigue a piñón fijo con sus mantras particulares. El principal, la demonización de Zapatero, se le ha caído ahora, dejándola huérfana de objetivos y con un liderazgo obligado a reinventarse sin posibilidad de cambiar de caballo.

Aun ocurriendo en el PSOE, es inimaginable que el PP se arriesgue a buscar otro candidato. Pero si se mantienen las expectativas de Rubalcaba en papel de adversario electoral, no cabe duda de que está forzado a una radical transformación de estrategia en su labor de oposición. El problema es que no sabe a quién van a acabar enfrentándose, como no lo sabemos nadie, y esa incertidumbre puede propiciar que cometa errores de bulto. Sobre todo si no consigue dominar el temor que poco a poco se le puede ir metiendo en el cuerpo.

A decir de Montaigne, el miedo "unas veces nos pone alas en los pies, otras nos deja clavados y trabados". El miedo a perder las elecciones generales puede poner el turbo al PSOE, que con Rubalcaba -siempre según las encuestas- sigue viendo que todavía hay posibilidades de cambiar el marcador. Las suficientes como para ir despejando poco a poco el malestar derivado de las malas noticias económicas, engrandecer la figura del vicepresidente y acabar empujándolo al frente de su candidatura en los próximos comicios. Siempre y cuando el recambio se haga de forma no traumática para el aparato del partido, algo que todavía está lejos de ser evidente, y se elija el momento procesal oportuno.

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El miedo puede tener, sin embargo, el efecto contrario en la oposición y dejarla "clavada y trabada", sin capacidad para reaccionar y adaptarse a otro escenario. Su estrategia de crecer sobre la base de una sistemática descalificación de la labor del Gobierno y, en particular, de su presidente, y sin arriesgarse a desvelar un programa alternativo para hacer frente a la crisis, puede volverse en contra suya.

La oposición de mensaje único -"Zapatero está acabando con España"- puede convertirse enseguida en un disco rayado si no se vuelca en el diseño, en positivo, de algo más que el bosquejo de lo que sería su acción en el Gobierno. Es justamente aquello que ha deseado evitar. Desde el principio, su objetivo ha sido reforzar la lealtad de los suyos y confiar en la progresiva erosión de la del adversario, y no en tratar de seducir a los indecisos o a los votantes de otros partidos, algo casi imposible con su actual liderazgo.

Como es sabido, uno de los principales efectos de las encuestas es que contribuyen a crear realidad. Sus resultados revierten después sobre la forma en la que nos autocomprendemos. Ahora que sabemos que la disputa por La Moncloa no está decidida, el mayor enemigo de ambos contendientes está en el miedo mismo, en no sucumbir al vértigo de la victoria o la derrota.

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