Crítica:

Diabólica adolescencia

Entre las espectaculares explosiones de horror de El exorcista, se escondía una trama cercana al drama social, magníficamente expuesta por su director, William Friedkin, en la que el padre Karras sufría el remordimiento provocado por el alejamiento físico y afectivo de su agonizante madre en un hospital de mala muerte. No son pocas las grandes películas de terror adulto en las que los males de la sociedad acompañan a los golpes de horror a base de malsanos comportamientos centrados en las complejidades del ser humano. Una práctica a la que también juega La posesión de Emma Evans,...

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Entre las espectaculares explosiones de horror de El exorcista, se escondía una trama cercana al drama social, magníficamente expuesta por su director, William Friedkin, en la que el padre Karras sufría el remordimiento provocado por el alejamiento físico y afectivo de su agonizante madre en un hospital de mala muerte. No son pocas las grandes películas de terror adulto en las que los males de la sociedad acompañan a los golpes de horror a base de malsanos comportamientos centrados en las complejidades del ser humano. Una práctica a la que también juega La posesión de Emma Evans, segunda película de Manuel Carballo, típica historia de exorcismo demoníaco en la que, junto a un rosario de lugares comunes, se subrayan tramas tan particulares del cine social como la crisis adolescente, la educación colegial al margen de las instituciones oficiales o la conciliación de la vida laboral y familiar.

LA POSESIÓN DE EMMA EVANS

Dirección: Manuel Carballo. Intérpretes: Sophie Vavasseur, Stephen Billington, Jo-Ann Stockham, Richard Felix. Género: terror. España, 2010.

Duración: 90 minutos.

Producción española filmada en inglés y ambientada en el extrarradio de Londres, La posesión de Emma Evans está rodada en un estilo, casi cercano al de los daneses del Dogma 95, en el que se abunda en la destrucción del núcleo familiar mientras el diablo se apodera de una adolescente. La película, por tanto, va de adulta. Sin embargo, no lo es en absoluto: el mal en estado puro es tratado como un jueguecito diabólico, el giro final es absurdo, se desperdicia la turbiedad de las conductas y todo se derrumba desde el momento en el que una chica poseída por el diablo, que ya ha levitado en presencia de otros, y que parece un peligro público, anda sin vigilancia simplemente por capricho del guionista. Un libreto que se dedica a copiar de aquí y de allá para acabar componiendo el inédito ejercicio en terror Dogma de un mal sucedáneo de Lars Von Trier y los suyos.

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