Columna

Citas con la historia

Uno tras otro, unos han bajado y otros han ido subiendo todos los peldaños. No había espacio para la sorpresa. Como si siguieran una hoja de ruta. Los pasos estaban trazados. Inexorablemente. Siguiendo una ley gravitatoria que eleva a unos y hunde a los otros. La lista es larga. Cada una de las causas era suficiente para explicar una derrota, sobre todo cuando se venía de unos márgenes de votos y de diputados estrechos, como ha sido el caso en la última década. Veamos: la dureza de la crisis económica, el vendaval sobre el euro, el retroceso generalizado de la socialdemocracia en toda Europa, ...

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Uno tras otro, unos han bajado y otros han ido subiendo todos los peldaños. No había espacio para la sorpresa. Como si siguieran una hoja de ruta. Los pasos estaban trazados. Inexorablemente. Siguiendo una ley gravitatoria que eleva a unos y hunde a los otros. La lista es larga. Cada una de las causas era suficiente para explicar una derrota, sobre todo cuando se venía de unos márgenes de votos y de diputados estrechos, como ha sido el caso en la última década. Veamos: la dureza de la crisis económica, el vendaval sobre el euro, el retroceso generalizado de la socialdemocracia en toda Europa, la devastadora sentencia del Estatuto, un balance del Gobierno de coalición indefendible incluso para quienes lo han organizado y una campaña sin pulso e ideológicamente errónea. La actuación simultánea de todos estos elementos ha conducido al hundimiento de la izquierda catalana en su conjunto y particularmente del PSC, su componente mayoritaria, en porcentaje y en votos.

Cataluña empieza a cambiar en sincronía con un mundo en cambio
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Llegamos así a la causa de las causas. Los políticos, sus partidos, como todos nosotros, somos hojas caídas movidas por el viento. Ha empezado un cambio, que no será únicamente en la mayoría del Gobierno y en la presidencia de la Generalitat. Estos resultados electorales son de cambio de época. El centro del mapa parlamentario queda ocupado por CiU, de nuevo una especie de partido país, que ahora duplica o casi a los socialistas en votos, porcentaje y escaños en todas las circunscripciones.El PSC, que hasta ayer era uno de los dos grandes en un sistema de bipartidismo mitigado, se convierte en el más grande de los medianos. Su comportamiento está en sintonía con los resultados que ha cosechado la socialdemocracia en la mayor parte de los comicios europeos recientes. Acompañado de una nueva polarización entre nacionalismos catalán y español. Y de una fragmentación del espacio político, impulsado por pulsiones populistas: el número de formaciones que entran en el Parlament es el mayor de toda su historia. A la vez, se ha producido un brutal desplazamiento hacia la derecha, que se expresa meridianamente en la victoria de CiU en todas las comarcas y en los buenos resultados cosechados por el PP, los mejores en cualquier votación autonómica, preñados de buenas promesas para Rajoy.

El cambio ha empezado. Si es de época significa que veremos más cambios. Los resultados señalan como una flecha al Ayuntamiento de Barcelona. Y luego, La Moncloa. La pulsión transformadora también afectará a los partidos, sobre todo a los perdedores. El socialismo catalán tiene ante sí una tarea ingente si quiere frenar la dinámica perdedora. Si no es fácil encajar las derrotas y sacar lecciones rápidamente, más difícil es hacerlo en mitad de una crisis que es quizás existencial para la izquierda. Parte de estas reflexiones también valen para Esquerra, un partido que paga su incapacidad para asumir responsabilidades de gobierno sin abandonar los reflejos de la oposición. Su amargo regreso al rincón es también una oportunidad para madurar. Algo sabe Artur Mas de las ventajas del desierto, sobre todo una vez que se ha conseguido alcanzar la tierra prometida.

Las causas del cambio no quedan atrás. Siguen inscritas en la agenda de las tareas del Gobierno. Y de la oposición. La crisis económica y la gestión del Estatuto enmendado por el Constitucional seguirán ahí. Cuando ya no existan esas causas habrá terminado el cambio. Pero el día en que Cataluña empieza a cambiar, histórico para el catalanismo, queda oculto en la maraña de noticias que nos proporciona un mundo agitado. Corea se halla al borde de reanudar la guerra interrumpida en 1953. Los ministros de Economía europeos aprueban la salvación de las finanzas irlandesas, tras una semana de vértigo para el euro y para la Unión Europea. Wikileaks proclama que su nueva filtración de documentos reservados del Departamento de Estado de EE UU significa "la aparición de un nuevo mundo, en el que la historia global quedará redefinida". Incluso un espectáculo deportivo regularmente pautado como es el Barça-Madrid de esta noche activará una vez más nuestras conexiones con la historia, esta señora voluble y caprichosa a la que evocamos con mayor frecuencia y abuso de lo que se merece. Habrá que ver el lugar que ocuparán las elecciones catalanas en los medios de comunicación internacionales: aunque queden arrinconadas por la plétora noticiosa de estos días de noviembre, es fácil deducir la sincronía exacta entre los cambios del mundo y la mutación electoral catalana.

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