Editorial:

Sembrando vientos

La vía libre del Senado a la reforma laboral de Sarkozy no cancela el malestar francés

El Senado francés ha aprobado tras semanas de debate la reforma de las pensiones anunciada por el presidente Nicolas Sarkozy, que retrasará de 60 a 62 años la edad legal de la jubilación y de 65 a 67 la necesaria para cobrar la pensión completa. A falta de la votación en la Asamblea, prevista la semana entrante, los sindicatos, que anuncian la continuación de huelgas y manifestaciones, han perdido una primera batalla en su oposición frontal a la iniciativa. La estrategia de huelga continuada en sectores de gran impacto, como el suministro de carburantes, no ha servido hasta ahora para hacer qu...

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El Senado francés ha aprobado tras semanas de debate la reforma de las pensiones anunciada por el presidente Nicolas Sarkozy, que retrasará de 60 a 62 años la edad legal de la jubilación y de 65 a 67 la necesaria para cobrar la pensión completa. A falta de la votación en la Asamblea, prevista la semana entrante, los sindicatos, que anuncian la continuación de huelgas y manifestaciones, han perdido una primera batalla en su oposición frontal a la iniciativa. La estrategia de huelga continuada en sectores de gran impacto, como el suministro de carburantes, no ha servido hasta ahora para hacer que el Gobierno reconsidere sus planes de austeridad. Y la urgencia por someter la reforma a la votación de la Asamblea pretende evitar el recrudecimiento de la protesta.

La dimensión alcanzada por las movilizaciones, secundadas por los estudiantes de enseñanza media, es resultado de un malestar que sobrepasa el motivo concreto que las ha provocado. La edad de jubilación en Francia, excepcionalmente temprana, fue considerada como una de las grandes victorias del movimiento sindical. La reforma de Sarkozy adquiere, por ello, un significado especial, puesto que confirma a ojos de muchos franceses la idea de que se pretende resolver la crisis por la vía de recortar los derechos sociales. A ello hay que sumar el difícil momento político que atraviesa el presidente, cuya hiperactividad personalista no ha servido para emprender las reformas prometidas en el momento de su elección. Bajo la presión de la crisis y la imposibilidad de seguir retrasándolas ha tratado de desplazar la atención pública desde el contenido de la reforma de las pensiones hacia la manera de realizarla. Tan importante como emprenderla ha sido hacerlo en oposición a los sindicatos, con los que no ha tratado de negociar.

Si Sarkozy reprocha a los sindicatos la oposición a una medida que, como el retraso en la edad de jubilación, quiere justificar en una implacable lógica económica, esta misma lógica debería haberle llevado a explorar la vía de la negociación, intentando ahorrarle a Francia los costes de la huelga. Pero eso hubiera ido contra una forma de gobernar en esta y otras materias a la que la movilización callejera ha pretendido decir basta. Aunque Sarkozy gane el pulso, habrá sido al coste de sembrar vientos. Y de dejar al país en un estado de crispación en el que será difícil encarar nuevas reformas.

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