Columna

En todo caso, democracia

Es natural que el secretario general del PSOE sienta como una preocupación muy próxima la realidad madrileña y sueñe con que su partido gobierne esta Comunidad y su magno Ayuntamiento. Es comprensible que confíe para ese sueño personal en gente muy cercana. Incluso que vaya cambiando de personas próximas en todo el proceso y que el que ayer fuera una perla hoy no le valga, caso de Tomás Gómez, y que a la que buscó otro camino ayer la reclame hoy: Trinidad Jiménez. Y hasta se entiende que, harto de cosechar derrotas en Madrid, se empeñe en tutelar especialmente las candidaturas de esta tierra p...

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Es natural que el secretario general del PSOE sienta como una preocupación muy próxima la realidad madrileña y sueñe con que su partido gobierne esta Comunidad y su magno Ayuntamiento. Es comprensible que confíe para ese sueño personal en gente muy cercana. Incluso que vaya cambiando de personas próximas en todo el proceso y que el que ayer fuera una perla hoy no le valga, caso de Tomás Gómez, y que a la que buscó otro camino ayer la reclame hoy: Trinidad Jiménez. Y hasta se entiende que, harto de cosechar derrotas en Madrid, se empeñe en tutelar especialmente las candidaturas de esta tierra por pura cabezonería. Que sea un resistente es meritorio, pero que sus procedimientos den lugar a un espectáculo lamentable ante cada convocatoria electoral madrileña está fuera de toda duda.

Los procedimientos del PSOE en Madrid dan un espectáculo lamentable en cada periodo electoral

Una de las escenas del espectáculo actual se vivió hace unos días en el palacio de la Moncloa. A veces los periodistas, en su legítimo afán de conocer para informar, descuidan el protocolo institucional y terminan no sabiendo dónde están realmente. Estaban en La Moncloa, preguntando al mismísimo presidente del Gobierno de España, y llegaron a creer que estaban en una sede del PSOE preguntando a su secretario general. Y no es que la culpa sea de Esperanza Aguirre, como piensa ella que de todo tiene la culpa Zapatero, pero tal vez la presidenta haya contribuido mucho a que los periodistas confundan lo institucional con lo partidista: Aguirre ignora por completo esas lindes. No fue extraño, pues, que el presidente aclarara que en sus horas de trabajo gubernamental no se dedica a su otro empleo de partido y que aquella casa se paga para hablar de otras cosas. Y, de paso, quedó claro que aquello por lo que le preguntaban era una cuestión de partido "muy interna", es decir, privada. De lo que se deduce que, frente a la tendencia de Aguirre a confundir lo público y lo privado, Zapatero debe tener muy claro lo que nos incumbe y lo que no. También a Mariano Rajoy le pasa eso, pero lo resuelve hablando de lo que le da la gana, fundamentalmente de Zapatero como catástrofe, y no contesta a pregunta alguna.

Ahora bien, cuando Zapatero avisó de que la candidatura socialista al Gobierno de Madrid es una cuestión muy interna de su partido no ignoraba, por supuesto, que su partido no se sostiene solo de las cuotas de sus miembros y, lo que es más importante, que ningún partido es un fin en sí mismo. Por lo tanto, que lo que se nos requiere no es respeto a la intimidad de una organización. De ahí que resulte muy lógico lo que terminó contestando, presionado por el interés de los periodistas: "En todo caso, democracia". Naturalmente, democracia, no faltaba más. Lo exige toda organización que se precie, pero especialmente aquellas que se deben a la democracia y, en consecuencia, a todos nosotros. A los simpatizantes más cercanos hoy a Tomás Gómez, y a los que no lo son, que no fueron a Parla a buscarle y confiaron en el buen ojo de Zapatero, les cuesta creer ahora que el presidente se haya equivocado tan pronto. Y menos si se oye al vicesecretario general del PSOE afirmar con contundencia que siempre se elige a los mejores. Pero si así es, la prudencia aconseja no remontarse a Tamayo y Sáez, uno de los más infaustos recuerdos de la democracia, ni a los sucesivos candidatos caídos, uno tras otro, tantas veces ya, para no desmentir al experto dirigente. Basta con matizarle que no siempre, que alguna vez sí que les ha fallado la visión o no han sido comprendidos.

Zapatero ya tenía una opinión sobre todo esto el día de La Moncloa, pero no quiso desvelarla, y no porque la intriga sea parte fundamental del show, que también, sino porque no era el lugar ni la hora, que esa es otra, y se dice del presidente que tiene mucho sentido del espacio y del tiempo. El tiempo a cumplir para que se conociera su opinión ha sido esta vez breve: pronto hemos sabido que quiere a Trinidad Jiménez de candidata. Revela así Zapatero que no solo cambia de opinión con frecuencia sino que es capaz de recuperar las opiniones que otro día creyó equivocadas. Porque si alguien llegó a demostrar haberse currado una posición respetable en la oposición municipal madrileña fue la Trinidad Jiménez, destinada de súbito a cumplir una misión americana en la que el presidente la consideró imprescindible para dar paso a uno de sus más llamativos fracasos en el Ayuntamiento de Madrid cuando no sé qué encuesta le reveló que Miguel Sebastián era un triunfo asegurado. Jiménez cumpliría su misión; Zapatero recogió su derrota.

¿Qué nos espera ahora, un juego de apuestas, tomasistas a un lado, trinitarios a otro? "En todo caso, democracia", dijo Zapatero. Pues eso: democracia. Si se trata de un "conmigo o contra mí", irán de culo.

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