Columna

Metro

Informe semanal ofreció un sencillo pero apasionante relato sobre la neuropolítica, o el arte de los políticos para conectar con las emociones del electorado. Pues bien, la huelga de empleados de Metro de Madrid habría sido una oportunidad perfecta para poner en práctica ese arte. Las huelgas son siempre túnel a la espera de luz. No vale que el metro de Madrid sirva de campaña electoral, cuando la presidenta de la Comunidad inaugura una estación, otro ramal o se da un garbeo en la cabina, también puede servir de subterránea respuesta a los conflictos laborales. El metro da votos, lo dic...

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Informe semanal ofreció un sencillo pero apasionante relato sobre la neuropolítica, o el arte de los políticos para conectar con las emociones del electorado. Pues bien, la huelga de empleados de Metro de Madrid habría sido una oportunidad perfecta para poner en práctica ese arte. Las huelgas son siempre túnel a la espera de luz. No vale que el metro de Madrid sirva de campaña electoral, cuando la presidenta de la Comunidad inaugura una estación, otro ramal o se da un garbeo en la cabina, también puede servir de subterránea respuesta a los conflictos laborales. El metro da votos, lo dicen los estudios electorales. Lo que no sabemos es si esta huelga quitará votos. Precintado o en servicios mínimos, lo clave para el ciudadano es que la mencionada neuropolítica se deje de metáforas y aplique su encanto a dar con las soluciones.

Hay una persona que no ha intervenido demasiado en esta huelga y, sin embargo, era caballo ganador. Mariano Rajoy lleva meses afeando a Zapatero que no ha sabido tomar medidas anticrisis, que carece de iniciativa económica y de imaginación para resolver los conflictos. Que debería dimitir y dejarle paso a él, que conoce la belleza de la próxima estación. Así que nada más fácil para él y sus colaboradores que citar a Esperanza Aguirre en su despacho y darle la fórmula secreta para recortar gastos y frenar el déficit sin castigar a los débiles, los trabajadores. Nada más sencillo que enseñarle a ella, su socia y amiga, las soluciones secretas que nos aguardan a los españoles para el momento tan deseado en que llegará a la presidencia.

Sería bien sencillo compartir con ella la receta del éxito, la que no penaliza los salarios, la que mejora las prestaciones del metro y contribuye a la salida de la crisis nacional sin costes. No necesita ganar las elecciones, puede poner en práctica su misteriosa receta en la capital de la nación donde ya gobierna. Sería un golpe maravilloso de neuropolítica. La mejor campaña electoral de la historia. La niña de Rajoy podría ser Esperanza.

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