SUDÁFRICA 2010 | España-Honduras

Los presuntuosos

El taxista al que pregunté anoche en Lisboa por qué había tantas banderas en las ventanas de la ciudad en la que acababa de ser incinerado José Saramago me respondió con una verdad lacónica:

- Futebol.

Yo había imaginado que esos trapos bendecidos por la historia tendrían otro destino más solemne, pero el taxista aclaró:

- Aquí lo único heroico es el fútbol. Por eso hay banderas.

Borges decía que detrás de las banderas siempre hay un ejército. En este caso, las banderas ocultan la presencia presuntuosa de las selecciones de fútbol. Equipos llenos de personaje...

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El taxista al que pregunté anoche en Lisboa por qué había tantas banderas en las ventanas de la ciudad en la que acababa de ser incinerado José Saramago me respondió con una verdad lacónica:

- Futebol.

Yo había imaginado que esos trapos bendecidos por la historia tendrían otro destino más solemne, pero el taxista aclaró:

- Aquí lo único heroico es el fútbol. Por eso hay banderas.

Borges decía que detrás de las banderas siempre hay un ejército. En este caso, las banderas ocultan la presencia presuntuosa de las selecciones de fútbol. Equipos llenos de personajes fatuos con el contenido de cuyas cuentas se aliviarían la crisis algunos países. Eso les hace presuntuosos, unos niños bonitos cuyo fútbol (cuando es bueno) hace que les perdonemos todo.

Los españoles se han escondido detrás de su humildad. Pero eso no los hace mejores
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Cuando La Stampa llamó presuntuosa a la selección española estaba definiendo, en realidad, el fútbol de élite: dominado por directivos rellenos de banderines, conduciendo a equipos de multimillonarios capaces de insultar a su entrenador porque este los llama al orden.

Ayer decía aquí José Sámano algo que advertía un periódico francés: los futbolistas no se merecen las lágrimas de los aficionados. Son presuntuosos. De los humildes no se escribe la historia. Miren a Maradona: juega aunque entrene. Es presuntuoso en el silencio y en la gloria. Él es el punto máximo de lo que el fútbol hace para convertir en un presuntuoso que da grima a un ciudadano que solo triunfó con la pelota.

Los futbolistas están siempre al filo de lo presuntuoso. Y, miren por donde, hemos tenido suerte en España con esta nueva generación de jugadores, que no se distingue (toquemos madera) por mostrar sus anillos de oro frente a una afición que ha vivido (y ojalá siga viviendo) la ilusión óptica del campeonato. No, los jugadores españoles no son presuntuosos. Hemos sido presuntuosos los que hemos dicho que son mejores que el resto. Ellos se han escondido detrás de su humildad. Pero eso no los hace mejores. De momento, solo los hace millonarios humildes.

Hasta que el rabo pasa todo es toro. Si España cae vencida ante Honduras, la lectura de esa humildad paciente que han mostrado desde Del Bosque a Pedrito será atacada con el mismo adjetivo: serán tratados también aquí como presuntuosos aunque de su boca no haya salido la arrogancia de un solo pronóstico de victoria.

Hemos sufrido un espejismo lleno de banderas, hemos agitado el señuelo de la victoria total y hemos vendido el oso antes de cazarlo. Los presuntuosos hemos sido los espectadores, los aficionados que hemos aceptado antes de tiempo que en el fútbol no hay azar, sino historia, o estadística. Y en el fútbol todo es azar; por eso es bello y por eso cada partido dura 90 minutos, los mismos, por cierto, para España que para Honduras.

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