Columna

Que no se calle nunca

Es un personaje milagroso: el hombre más urbano que conozco y el que menos pisa las calles de la ciudad donde vive, que ahora vuelve a ser Madrid. Una de sus razones para no caminar, ni siquiera de una esquina a otra de la zona centro, es su acendrada querencia al taxi, un gremio que le debería hacer un homenaje, pues, aparte de darles ganancias ininterrumpidamente en las últimas décadas y diferentes países, es un viajero animado y a veces muy parlanchín. Por encima del taxi, sin embargo, Javier Gurruchaga ama el tren.

El tren figura en su vida desde la cuna, algo que solo los íntimos s...

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Es un personaje milagroso: el hombre más urbano que conozco y el que menos pisa las calles de la ciudad donde vive, que ahora vuelve a ser Madrid. Una de sus razones para no caminar, ni siquiera de una esquina a otra de la zona centro, es su acendrada querencia al taxi, un gremio que le debería hacer un homenaje, pues, aparte de darles ganancias ininterrumpidamente en las últimas décadas y diferentes países, es un viajero animado y a veces muy parlanchín. Por encima del taxi, sin embargo, Javier Gurruchaga ama el tren.

El tren figura en su vida desde la cuna, algo que solo los íntimos sabían y ahora él divulga, en el libreto de su nuevo disco, haciendo unos homenajes a su padre, Vicente Gurruchaga, trabajador de los ferrocarriles del Urola que, a la hermosa edad de 95 años, "subió a su último tren" mientras el cantante ultimaba y grababa estas composiciones. El disco, que fue hace unos días presentado en el Museo del Ferrocarril del paseo de las Delicias, lleva por título El maquinista de la General, y, más que un guiño a Buster Keaton en una de sus más geniales películas, yo diría que se trata de una autorreferencia. Los fecundos trayectos de Gurruchaga, entre el cine y la música, del teatro a la televisión, entre libros y obras pictóricas, han tenido siempre un marco ferroviario, y tal vez su apogeo lo constituyó el programa para la 1 de TVE que el artista donostiarra hizo triunfalmente en 1988, con el nombre de Viaje con nosotros y los sugestivos decorados de vagones y estaciones de tren que le diseñaba Gerardo Vera.

Javier Gurruchaga es locuaz, ocurrente y a veces extravagante, pero un hombre comprometido cívicamente

He seguido a Javier Gurruchaga desde hace más de 25 años, si bien mi mejor trip con él tuvo lugar no en un taxi ni en un expreso sino en calesa, un carricoche histórico tirado por un caballo en el que nos paseamos por las calles de Guadalajara, México, él vestido a la federica, con casaca, medias altas y sombrero de tres picos, y yo sólo de mí mismo, mientras conversábamos de literatura y nos grababa un equipo del Canal 22 de la televisión mexicana. La capacidad de transmutación histriónica y su saber circular entre lo cómico y lo serio con asombrosa facilidad son las dotes del gran showman que es.

Gurruchaga ha vivido los últimos años en la capital de México, primero en el Hotel Catedral, junto al Zócalo, que solo abandonaba para tomar los taxis de aquella capital, tan famosos por su peligro, conjurado por Javier gracias a una pequeña flotilla de confianza reservada para sus desplazamientos, la mayoría a las librerías de segunda mano y a la Cineteca Mexicana, donde se ha hecho un experto en el cine inagotable de aquel país; únicamente mi amiga Miriam Gómez sabe más que él de la edad dorada de los estudios de Churubusco. El Hotel Catedral tenía las mejores vistas sobre el bellísimo centro histórico del DF, y estaba un poco dilapidado, como muchos de los mejores hoteles literarios del mundo. Después dejó el hotel, tomó un apartamento en la plaza de Santo Domingo, al lado del grandioso caserón donde se albergó tras la conquista nuestra Santa Inquisición, y, aparte de trabajar en el cine de allá y dar conciertos, preparó y grabó con mimo El maquinista de la General, un Gurruchaga vintage muy bien editado por el sello El Cuarto Hombre.

Lo mexicano le ha sentado maravillosamente a nuestro vasco. En la presentación madrileña del Museo del Ferrocarril, la Orquesta Mondragón iba vestida de mariachi, adquiriendo esa tarde su colaborador perpetuo Popotxo Ayestarán un aura de divinidad azteca. Juan Cruz, que introdujo el pequeño concierto con unas palabras muy elocuentes, no llevaba visibles signos mexicanos. Entre las 17 canciones del disco destacan especialmente para mi gusto Metro Balderas (un clásico del rock muy célebre en toda la América Latina), ¿Quién parará esta locura? (peculiar canción de protesta altermundialista interpretada al alimón con la gran actriz y cabaretera Tiaré Scanda), Pasó cerca la bala (con su impresionante solo de trompeta) y la versión personalísima y estupendamente cantada del clásico de Lennon&McCartney I'm so tired. El disco se cierra con un homenaje al tabaco, vía Sara Montiel, que cobra su sentido de tolerancia al estar hecho por un no fumador de toda la vida como Gurruchaga.

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Me quiero detener para acabar en ¿Por qué no te callas?, que no es política ni está cantada a dúo con Hugo Chávez. Se trata de un divertido mambo-rock con algún aire ranchero, en el que el cantante, que también es autor de la música, utiliza en el estribillo el famoso exabrupto del rey Juan Carlos llevándolo al terreno de la intimidad amorosa. Javier Gurruchaga es locuaz, ocurrente y a veces extravagante, pero todo un demócrata, un hombre comprometido cívicamente, como ha demostrado más de una vez ante las circunstancias de nuestro país. Su voz no debería nunca dejar de oírse.

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