Reino Unido celebrará el 6 de mayo las elecciones más reñidas desde 1992

Los sondeos otorgan a los conservadores una ventaja de tres a diez puntos

Londres vivió ayer su primer día soleado y cálido en una primavera hasta ahora más bien gris y fría. Augurio, sin duda, de que hasta el clima parece celebrar el final de una legislatura política larga y oscura, dominada por el desprestigio de la clase política, por el desgaste del Gobierno laborista tras 13 años en el poder y por la irrupción de un nuevo líder conservador, David Cameron, que ha traído aire fresco pero que no ha sabido contagiar a la población la efervescencia y el optimismo que acompañó la llegada al poder del Nuevo Laborismo de Tony Blair en 1997.

Ese sol y ese tibio c...

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Londres vivió ayer su primer día soleado y cálido en una primavera hasta ahora más bien gris y fría. Augurio, sin duda, de que hasta el clima parece celebrar el final de una legislatura política larga y oscura, dominada por el desprestigio de la clase política, por el desgaste del Gobierno laborista tras 13 años en el poder y por la irrupción de un nuevo líder conservador, David Cameron, que ha traído aire fresco pero que no ha sabido contagiar a la población la efervescencia y el optimismo que acompañó la llegada al poder del Nuevo Laborismo de Tony Blair en 1997.

Ese sol y ese tibio calor primaveral acompañaron a Gordon Brown en su breve trayecto en el Jaguar oficial desde Downing Street hasta el palacio de Buckingham, adonde llegó por la mañana para pedir a la reina Isabel II la disolución de la Cámara de los Comunes y la convocatoria de elecciones generales el 6 de mayo. Una fecha que era, desde hace ya semanas, un secreto a gritos.

Los tres candidatos nunca han liderado a sus partidos en unas generales
Los comicios llegan tras una larga serie de escándalos de corrupción

Los de mayo serán los comicios más apretados desde que en 1992 John Major renovó contra pronóstico la mayoría que los conservadores desempeñaban desde que Margaret Thatcher llegara al poder en 1979. Aunque otros sondeos publicados ayer otorgan a los conservadores una ventaja de 10 puntos, el de ICM para el diario pro laborista The Guardian otorga al partido de Brown el 34% de los votos, a los conservadores el 37% y a los liberales-demócratas el 21%. Con esos resultados, ningún partido obtendría la mayoría absoluta y los laboristas, aunque con un porcentaje de votos inferior al de los tories, serían el primer partido de los Comunes en número de escaños. Una situación que permitiría a Brown intentar formar Gobierno. Sobre todo si consigue el apoyo de los liberales-demócratas de Nick Clegg, el tercer gran partido británico, que aspira en estas elecciones a tener las llaves del Gobierno.

Las elecciones de 1992, las últimas que ha celebrado Reino Unido sin que se pudiera pronosticar con certeza quién las ganaría, son el gran fantasma que ha de combatir el conservador David Cameron. Hasta hace unos meses era aplastante favorito para convertirse en primer ministro y devolver a los tories el poder que perdieron en 1997, cuando fueron pulverizados por el arrollador impulso de optimismo que supuso la irrupción del Nuevo Laborismo en la política británica.

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Hace ahora 18 años, el laborista Neil Kinnock empezó la campaña como favorito, pero acabó siendo superado por John Major, que a media legislatura había sustituido a Margaret Thatcher como primer ministro. Ahora se da la misma situación: Brown llegó a Downing Street a media legislatura y Cameron es el candidato renovador que parte como favorito.

Pero hay otro ejemplo a tener en cuenta: en 1997, Blair era abrumador favorito desde hacía dos años, pero su ventaja cayó bruscamente unas semanas antes de los comicios. Eso no le impidió obtener al final una victoria espectacular que cambió quizás para siempre la política británica, transformando el Partido Laborista en una formación centrista, abierta a las clases medias y muy alejada de su tradicional obrerismo.

Esta vez, ninguno de los tres candidatos a primer ministro ha liderado antes a su partido en unas elecciones generales. Por primera vez en la política británica, los tres participarán en tres debates televisados que se auguran decisivos para decidir el voto final. Hay otras diferencias: las elecciones llegan tras una recesión que ha afectado profundamente a la economía, ha dejado las cuentas públicas en un estado precario y ha puesto de relieve que el país necesita diversificar su economía y atenuar su dependencia de los sectores financiero e inmobiliario. Llegan también después de que una larga serie de escándalos, culminada con la polémica sobre los gastos excesivos reclamados por más de la mitad de los diputados de los Comunes, haya desprestigiado profundamente a la clase política.

Otros elementos de la campaña que ahora empieza estuvieron ya presentes en anteriores comicios, como la reforma de los servicios públicos, la aprensión de los británicos hacia la inmigración o la seguridad ciudadana y, en particular, los graves problemas de comportamiento antisocial que el país sufre desde hace decenios. El lugar de Reino Unido en el mundo y en particular sus relaciones con Europa son un aspecto que ningún partido quiere que contamine la campaña, pero que suele acabar haciéndolo. Quizás la mayor diferencia frente a 2005 es que, esta vez, la guerra de Irak ya no está en campaña.

El candidato conservador, David Cameron, se dirige a sus seguidores frente al palacio de Westminster, sede del Parlamento británico.REUTERS

La estrella Cameron frente al equipo Brown

Pocas veces el primer mensaje de campaña de los dos grandes partidos ha reflejado mejor lo que representan, o al menos lo que quieren representar, sus candidatos a primer ministro. El conservador David Cameron, la baza de un candidato optimista y dinámico que busca el juego individual porque su equipo apenas le sigue. El laborista Gordon Brown, en cambio, subraya el trabajo de equipo para compensar su propia falta de carisma.

Cameron se presentó junto a su esposa Samantha -cuyo embarazo la ha convertido en poderosa arma electoral- a orillas del Támesis ante un selecto grupo de seguidores jóvenes, guapos y de gran diversidad étnica, de género y quién sabe si de orientación sexual. Todo lo que él quiere simbolizar, pero su partido apenas le deja. Detrás, borroso, el poderoso palacio de Westminster. Cameron le daba así la espalda a un Parlamento desprestigiado.

En lo que quizás no pensaron los estrategas tories es que el candidato estaba a la sombra del cercano City Hall, sede en su día del Ayuntamiento del Gran Londres, una institución desmantelada por Margaret Thatcher porque sí, para reafirmar su poder y retar a la izquierda y que evoca lo peor del Partido Conservador, alegoría de que Cameron está a la sombra de los viejos tories.

Cameron habló de "esperanza, optimismo y cambio". "Este país necesita algo más que otros cinco años de Gordon Brown", dijo. Y evocó a John F. Kennedy al proclamar: "No os preguntéis qué puede hacer el Gobierno por mí, sino qué podemos hacer nosotros para hacer más fuerte la sociedad".

Gordon Brown, en cambio, eligió la sobriedad y la imagen de equipo para compensar su falta de carisma. Compareció rodeado por su Gabinete a las puertas de Downing Street, un lugar más bien sombrío y de colores oscuros que intentaba reforzar su imagen de hombre poco dado a los efectismos mediáticos, pero consagrado al trabajo. En lugar de lanzar mensajes de optimismo global, prefirió referirse a cosas concretas, como la necesidad de consolidar la recuperación económica. "No soy un equipo de uno, soy uno de un equipo, como todos pueden ver. Un equipo de sustancia y de ideas", subrayó, receloso quizás de que alguien no hubiera captado el mensaje subliminal.

Tan sobria y formal resultó la imagen, que acabó pareciendo lúgubre. Sobre todo cuando, al girarse todos de golpe para entrar de nuevo en el número 10, sólo se veía a un puñado de caballeros casi de luto entrando en un funeral.

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