AL CIERRE

Los años ochenta

Lo único bueno de la destrucción total de mi biblioteca ha sido la necesidad de renovarla. Para renovarme. A mis treinta y tres años debo admitir que ya no soy un joven escritor. Se acabó la broma. Si el movimiento propio de la literatura artística es el avance impulsado en porcentajes variables por la tradición y por lo nuevo, lo natural es observar con un ojo a la tradición y con el otro a tus contemporáneos. Mis contemporáneos son también los jóvenes escritores, es decir, aquellos que son más jóvenes que yo, los nacidos en los años ochenta, la década que alimentó nuestro imaginario con ...

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Lo único bueno de la destrucción total de mi biblioteca ha sido la necesidad de renovarla. Para renovarme. A mis treinta y tres años debo admitir que ya no soy un joven escritor. Se acabó la broma. Si el movimiento propio de la literatura artística es el avance impulsado en porcentajes variables por la tradición y por lo nuevo, lo natural es observar con un ojo a la tradición y con el otro a tus contemporáneos. Mis contemporáneos son también los jóvenes escritores, es decir, aquellos que son más jóvenes que yo, los nacidos en los años ochenta, la década que alimentó nuestro imaginario con V, El coche fantástico, Bola de drac o El equipo A y ahora es pasto de remake y de culto. ¡Ay, el envejecimiento!

En la era del corta y pega, de Google, desaparecen los complejos respecto a la angustia de la influencia

En la era de Youtube, una década entera tiene acceso inmediato. En El poder i la fortor (Tria), Pons, Vadell y Martínez, en los versos más irreverentes y radicales de la literatura catalana desde El furgatori (Labreu), de Josep Pedrals, invocan la presencia de otros mitos ochenteros, como las Mamá Chicho o Jesulín de Ubrique, para hacerlos dialogar con otros mitos igual de míticos, de Walcott, Bonet y Bauçà a Barbie y los Teletubbies. En la era del corta y pega, del sampleo, de Google, desaparecen los complejos respecto a la angustia de la influencia. En los relatos de Twistanschauung (Empúries), García Tur ensaya su obra futura en un laboratorio multilingüe, citando en inglés, en imágenes, en castellano; fundiendo con naturalidad las dos lenguas de los catalanes. La ausencia de complejos caracteriza también la poesía de Luna Miguel, tanto en Síntomas (la bella Varsovia) como en su blog: "Dios que me obliga a rezar por el alma de las poetas muertas. Dios, que quiere ser perro. Dios, sodomizándome: pero yo no busco su diminuto sexo. No busco su Sexo Nadapoderoso".

En El fumador pasivo (Xordica), de Daniel Gascón, tras el relato Mudanza, me encuentro con un sutil homenaje, entre la crónica y la ficción, a W. G. Sebald. Compartimos referentes y maestros. Quizá no soy tan viejo. Anagrama me envía la nueva edición de Vértigo. Inescrutables son los caminos de la renovación.

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