Crítica:

Cuestión de género(s)

El thriller de acción ha sido el género cinematográfico más expuesto a mutaciones formales a lo largo de las últimas décadas: desde la fragmentación propiciada por la onda expansiva de la gramática de los vídeos musicales hasta la atomización extrema y casi apocalíptica del modelo Michael Bay, pasando por el formalismo ecléctico de John Woo o las estéticas de la videovigilancia de, por ejemplo, un Tony Scott.

Ese incesante cuestionamiento de formas, que no siempre cristaliza en aportaciones relevantes para la evolución del discurso del género, espolea en ciertos espectadores una ...

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El thriller de acción ha sido el género cinematográfico más expuesto a mutaciones formales a lo largo de las últimas décadas: desde la fragmentación propiciada por la onda expansiva de la gramática de los vídeos musicales hasta la atomización extrema y casi apocalíptica del modelo Michael Bay, pasando por el formalismo ecléctico de John Woo o las estéticas de la videovigilancia de, por ejemplo, un Tony Scott.

Ese incesante cuestionamiento de formas, que no siempre cristaliza en aportaciones relevantes para la evolución del discurso del género, espolea en ciertos espectadores una reacción nostálgica de anhelo por lo que se considera el modelo clásico del asunto y que, quizás, ya no sea más que un paraíso perdido. Cineasta de origen húngaro instalado en la puerta trasera de Hollywood -la levemente anómala película de terror Habitación sin salida (2007) fue su carta de presentación en esa industria-, Nimród Antal reúne todos los números para beneficiarse de ese acto reflejo (y reaccionario) con Blindado, su segundo largometraje estadounidense.

BLINDADO

Dirección: Nimród Antal.

Intérpretes: Matt Dillon, Laurence Fishburne, Jean Reno, Fred Ward.

Género: thriller. Estados Unidos, 2009.

Duración: 88 minutos.

Es un poco imaginativo y un primario anacronismo
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Conciso thriller con plan de simulado y fraudulento asalto a un sobreprotegido furgón en el centro de su escueta trama, Blindado quizás lleve a algún bienintencionado espectador a invocar el nombre de John Carpenter, en un intento de no asumir la propuesta como el poco imaginativo y fastidiosamente primario anacronismo que en el fondo es. Su modo de sobreactuar cierta dimensión de visceral ejercicio de cine viril -otra entelequia- no juega a su favor: su idea de la masculinidad resulta tan artificial y, en el fondo, caricaturesca como la idea de la feminidad que ofrecen los espectáculos de travestís, que, por cierto, también son cosa de hombres.

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