"Iba vestido como un 'skin' neonazi"

Un experto policial identifica la ropa de Estébanez como la de un radical fascista - La Audiencia proyecta el vídeo de la muerte de Palomino en el juicio

La sala queda a oscuras. A la izquierda, la pantalla vuelta del revés. A la vista de los jueces, de espaldas al público. A la derecha, Josué Estébanez, presunto asesino de Carlos Palomino, hace esfuerzos en algunos momentos para no quedarse dormido. Se le caen los párpados. No se inmuta cuando se ve a sí mismo dar la puñalada mortal proyectado en la pantalla. El jefe de la Brigada de Información del Cuerpo Nacional de Policía acaba de decir que aquella mañana Estébanez iba vestido "como un skin neonazi". Los que aguardaban en el andén "sin ninguna duda" eran de ultraizquierda. Su conden...

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La sala queda a oscuras. A la izquierda, la pantalla vuelta del revés. A la vista de los jueces, de espaldas al público. A la derecha, Josué Estébanez, presunto asesino de Carlos Palomino, hace esfuerzos en algunos momentos para no quedarse dormido. Se le caen los párpados. No se inmuta cuando se ve a sí mismo dar la puñalada mortal proyectado en la pantalla. El jefe de la Brigada de Información del Cuerpo Nacional de Policía acaba de decir que aquella mañana Estébanez iba vestido "como un skin neonazi". Los que aguardaban en el andén "sin ninguna duda" eran de ultraizquierda. Su condena (la fiscalía pide 29 años, la acusación particular 37) podría crecer por agravante ideológico si se demuestra que atacó a Palomino por ser del bando opuesto, un "guarro" como les dicen los nazis, como dijo el acusado cuando pidió auxilio a los agentes que le detuvieron.

El acusado no se inmuta al ver en las imágenes la puñalada mortal
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Josué, tieso como un palo en su silla, se observa durante casi una hora en las imágenes de las cámaras del metro aquel 11 de noviembre de 2007. La madre del muerto suspira en la cuarta bancada. La abuela, Carmen, le insulta en mitad del silencio: "Sinvergüenza". Se oye cómo cruje una silla. Josué, con su rostro enjuto y pálido y los ojos hundidos, se rasca la boca con las manos esposadas.

Los testimonios se han acabado con la tercera sesión del juicio en la Audiencia Provincial. Hoy tocaba hablar de las armas de Josué. La que se encontró (un puño americano que descubrieron los policías al cachearle) y la que no: la navaja de maniobras que perdió (o tiró) en su huida, cuando corría hacia los dos policías. "Sopesó la posibilidad de morir de una paliza o de que nosotros lo detuviéramos", reflexiona uno de los agentes. Eligió la segunda opción. Corrió hacia ellos seguido de una treintena de personas que le gritaba: "¡Asesino!".

Lo habían rociado con un aerosol de los que dejan los ojos rojos. Los tres recibieron golpes y "patadas por todos lados", según el municipal. Parapetado en el coche, Josué no se defendió. Pestañea mucho cuando la agente judicial muestra el puño americano envuelto en plástico. Es un arma prohibida de la que él no dijo ni una palabra el día del crimen. En el interrogatorio aseguró que se le había caído a uno de los que le golpeaban y él la guardó.

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Cuatro mandos militares desfilan por la sala para hablar de la navaja desaparecida tras el biombo. En el regimiento de Josué (el Inmemorial del Rey, en Pozuelo), no hay adiestramiento militar para armas blancas, cuentan. Allí, como dijo el acusado, se va a desfilar. "A rendir honores a las altas autoridades", en lenguaje castrense. Los cuatro se enredan con la navaja de maniobras, tamaño y color. El subteniente, con voz cazallera de las que arañan la garganta, lo llama "navajita". No se considera armamento, dicen. Es material de campaña para la comida, como la cuchara o el tenedor. La hoja de servicio del soldado Estébanez, del que ninguno recuerda su paso por el cuartel, está casi limpia. Su única falta disciplinaria fue por llevar el uniforme arrugado.

Comparece después el soldado raso (y de origen ecuatoriano) que compartió litera con Josué. Por las tardes iban juntos al gimnasio y se ayudaban a levantar pesas. Lo define como un chico tranquilo, cordial. Nunca tuvo un gesto violento con él ni con el dominicano, "mulato más que negro", que también trabajaba en el cuartel. Convivieron "cuatro o cinco" meses en Pozuelo. Jamás hablaron de política. "¿Sabe usted dónde iba el 11 de noviembre?", le preguntan. Josué dijo primero que a una manifestación "a favor de España". En la última declaración habló de una cita para comer con amigos. El compañero no despeja la duda: "No lo sé". Nunca salieron juntos más allá de los muros del acuartelamiento.

Las luces vuelven a la sala. En la salida, los amigos de Palomino esperan a la madre y a la abuela para llevarlas en coche a su casa. Algunos se cubren la cabeza con capucha. Otros se tapan la cara. El que ha elegido una calavera para esconder el rostro, arranca los gritos: "¡No estás sola!". Les aplauden mientras el abogado de Josué baja las escaleras escoltado. El martes, en su segunda intervención, Josué quizá pedirá perdón a la familia de su víctima, dice el letrado. A la madre ya no le sirve. "No le voy a perdonar".

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