Análisis:

"Mañana es mi cumpleaños"

El presidente de la Generalitat, Francisco Camps, tenía dos opciones para tratar de recuperar la iniciativa política después de que el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana archivara su patético asunto de "cohecho pasivo impropio", que es la bella metáfora jurídica que envuelve su cadena de pifias.

Pudo haber hecho una remodelación a fondo de su gabinete, que es uno de los que más bajo perfil ha tenido desde la recuperación del autogobierno, para inyectar dinamismo a su gestión y recomponer su estropeada imagen de político bizcochable. Pudo dar pasaporte a varios cons...

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El presidente de la Generalitat, Francisco Camps, tenía dos opciones para tratar de recuperar la iniciativa política después de que el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana archivara su patético asunto de "cohecho pasivo impropio", que es la bella metáfora jurídica que envuelve su cadena de pifias.

Pudo haber hecho una remodelación a fondo de su gabinete, que es uno de los que más bajo perfil ha tenido desde la recuperación del autogobierno, para inyectar dinamismo a su gestión y recomponer su estropeada imagen de político bizcochable. Pudo dar pasaporte a varios consejeros carbonizados por su propia ineficiencia y simplificar al máximo su Gobierno para mandar un mensaje de austeridad tras subrogarse la hipoteca de la Fórmula 1 por cinco años, con una deuda del Consell que supera los 15.000 millones de euros. Pudo haber inscrito en la remodelación del Consell el rumbo futuro de su partido con la incorporación de jóvenes, hasta ahora solapados, capaces de recoger su testigo si el Tribunal Supremo acaba arruinando su carrera dentro de unos meses.

Camps, sin embargo, no hizo nada de esto ayer. O casi nada. Escogió la segunda opción, que para él era la primera. Presentó una remodelación dictada por el resentimiento con todos aquellos que se han reído de sus errores, que además se han convertido en el paradigma del pim-pam-pum de los humoristas españoles. Ayer se hizo un pedestal con la escasez de escrúpulos electorales de su amplio espacio sociológico y perpetró su venganza. Volvió a presentar al completo un mismo Gobierno chamuscado en su propia incandescencia y fosilizado por la pérdida de la perspectiva desde que empezaron sus problemas y sus sinuosidades emocionales.

Es evidente que Camps, cuando acometió la remodelación de su gabinete no pensaba en sí mismo. En el modo de salir del purgatorio al que le arrastró su propia inconsciencia. Ni siquiera en la salvación de su proyecto y su partido. Camps pensaba en los demás. En todos aquellos cuya existencia le hacen sentir más ridículo por su conducta. Por eso le redobló la confianza a Alejandro Font de Mora, que con sus ocurrencias, en mandarín o en inglés, ha puesto la Consejería de Educación en competencia directa con la Banda del Empastre. Por eso ratificó a Serafín Castellano, que tanto juego presupuestario ha estado dando estos años a su amigo, socio y compinche de trinquete, José María Pérez Taroncher, con el insofocable tufo de la segmentación de las adjudicaciones.

Camps solo fue pragmático en el intercambio de Belén Juste, aunque por imperativos empresariales. Ni siquiera en lo íntimo. Le pasó la factura a Vicente Rambla por su funesta gestión del caso Gürtel, y, para zaherirle, premió a Gerardo Camps con el juguete de los grandes eventos. "Mañana es mi cumpleaños", dijo ayer tarde como broche a su comparecencia. Como si estuviera justificando el regalo que le había hecho a su propio rencor.

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