Columna

Chulos sin fronteras

En resumen y para hacer balance del curso, uno ha llegado a la siguiente conclusión: para gobernar a lo grande en la Comunidad de Madrid hay que ser más chulo que un ocho. Ése es el gen, el secreto de todo éxito en política regional y municipal. O te chuleas o mueres. O te choteas delante del personal, sacas el capote y lo brindas al respetable o no eres nadie.

Pero no es nuevo. Siempre ha sido así. Va con el perfil que eligen los madrileños. Chulo era el gran Tierno, con esos trajes a medida, estirado como un pincel y de verbo bien florido. Acuérdense de aquellas exhibiciones literaria...

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En resumen y para hacer balance del curso, uno ha llegado a la siguiente conclusión: para gobernar a lo grande en la Comunidad de Madrid hay que ser más chulo que un ocho. Ése es el gen, el secreto de todo éxito en política regional y municipal. O te chuleas o mueres. O te choteas delante del personal, sacas el capote y lo brindas al respetable o no eres nadie.

Pero no es nuevo. Siempre ha sido así. Va con el perfil que eligen los madrileños. Chulo era el gran Tierno, con esos trajes a medida, estirado como un pincel y de verbo bien florido. Acuérdense de aquellas exhibiciones literarias que se marcaba con los bandos. Nadie ha sido capaz de seguirle a ese nivel. Insuperable. Chulo y gracioso es Joaquín Leguina, hoy algo retirado de los focos y harto de las chuminadas que se gastan los de su propio partido. La suya es una chulería perfumada con una ironía sutil que sin duda le viene de sus orígenes cántabros.

Aguirre confesó mientras se comía unas picotas: "Mira que si por esto me sacan en el 'Gürtel"

Un puntito de chulería cordobesa trajo también Álvarez del Manzano. Pero de perfil bajo. Un tanto patética, de rebajas. Chulería todo a cien resultaba la suya. Porque hay que serlo y creérselo para castigarnos cada año como nos castigaba con esos villancicos al inicio de las navidades en la plaza Mayor.

Chulo es, a su manera, con arte y sonrisa profidén, el actual señor alcalde. Tiene Gallardón ese garbo del opositor con labia, del fenómeno que se sabe el primero de la clase. Un pícaro aire de superioridad, amable y cortés, pero superioridad al fin y al cabo. Una altanería con el que mira por encima del hombro al maestro dejándole claro que sabe más que él y que cuando quiera lo hunde.

Chula es, por supuesto, ella... La más grande. Esperanza Aguirre. La mera mención de su nombre merece una frase aparte. No sólo es chula porque así la veamos vestida cada año en la pradera de San Isidro. Allí reina con un gracejo y un garbo que ya quisiera haberlos visto el maestro Chapí para inmortalizarla en una de sus zarzuelas. La niña de los calcetines la hubiese titulado. O La chorba del helicóptero. Le podía haber quedado redonda rememorando aquellos episodios: el que salió indemne y repeinada de un accidente junto a Mariano, desencajado, y cuando escapó a un atentado en la India y luego se presentó a contarlo con aquellos enternecedores paños que le cubrían los pies.

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Dos grandes rasgos de chulería nos ha regalado Espe a su público fiel para despedirse de la temporada. El primero, en plan heroína trágica. Fue cuando le plantó cara al tesorero del PP, Luis Bárcenas, para que mostrara en público esas insinuaciones que, según el pavo, la implicaban presuntamente en el choriceo de Gürtel. "¡Aquí estoy! ¡Dispara!", parecía decirle, abriéndose una de esas blusas que se compra en las rebajas de Zara. El otro, no sólo se arredró, sino que a los pocos días cayó con todo el equipo.

Y la otra, también enorme, pero más graciosa. Nos la ofreció como contrapunto a la grandiosa épica de la anterior. Pero no por ello resulta menos admirable. Dejó la salida de pata de banco de esa otra ninfa pepera que se llama Rita Barberá con las anchoas a la altura del betún. Fue cuando Aguirre, con un recochineo monumental, confesó que mientras se comía unas picotas regaladas llegó a pensar: "Mira que si por esto me sacan en el Gurtél". Así, cambiándole hasta el acento a la cosa. Gurtél en vez de Gürtel. ¿No me digan que no queda más fino?

Mucho tienen todavía que aprender sus maromillos. Lo intentan. Hacen sus avances, pero salvo el amigo Juan José Güemes, el niño bonito, el cachorro pintiparado encargado de masacrar la sanidad madrileña, no veo que nadie le haga sombra. Ignacio González es su chico preferido, bien, pero como debe maniobrar en la sombra no se le permiten muchas chulerías en público. Salvo cuando tiene que enseñarle los dientes al otro segundo de Gallardón, el amigo Cobo, otro aplicado chulo del foro.

Al que no hay por dónde coger es al consejero de Interior, Francisco Granados. Es chulo, pero basto. Chulo en bruto, sin pulir. El otro día, sin ir más lejos, se pasó de frenada. Cuando le preguntaron si había considerado dimitir al estar siendo investigado por montar un servicio de espionaje para vigilar a los de su propio partido, soltó: "Estoy encantao. ¿Cuántas veces han pedido mi dimisión este año? ¿200? Nada, encantao". Puedes superarte, majete. En gracia, puedes superarte. Eso sí, en jeta, no hay quien te gane.

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