Crítica:

Hipervisibilidad contra elocuencia

Un estornudo y la mirada de Walter Matthau ponían sintético punto final a Pelham 1, 2, 3 (1974), una película de Joseph Sargent que adaptaba un best-seller de John Godey -autor del libro en que se basó la excéntrica Johnny, el guapo (1989)- y que, entre otros méritos, inspiró a Tarantino el bautismo cromático de sus fundacionales Reservoir Dogs (1992). Revisar, hoy por hoy, la película de Sargent no es hacerle el mayor favor del mundo a Tony Scott, responsable de este segundo remake -antes hubo una adaptación televisiva protagonizada por Edward James Olmos en...

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Un estornudo y la mirada de Walter Matthau ponían sintético punto final a Pelham 1, 2, 3 (1974), una película de Joseph Sargent que adaptaba un best-seller de John Godey -autor del libro en que se basó la excéntrica Johnny, el guapo (1989)- y que, entre otros méritos, inspiró a Tarantino el bautismo cromático de sus fundacionales Reservoir Dogs (1992). Revisar, hoy por hoy, la película de Sargent no es hacerle el mayor favor del mundo a Tony Scott, responsable de este segundo remake -antes hubo una adaptación televisiva protagonizada por Edward James Olmos en 1998-, pero permite comprobar que esa anomalía, entre el thriller y los daños colaterales del fenómeno Aeropuerto (1970), no sólo ha resistido el paso del tiempo: ha mejorado con la edad.

ASALTO AL TREN DE PELHAM 123

Dirección: Tony Scott.

Intérpretes: Denzel Washington, John Travolta, John Turturro. Género: thriller. EE UU / GB, 2009. Duración: 121 minutos.

En Pelham 1, 2, 3 lo que se palpaba era oficio -o la exigencia de hacer un trabajo bien hecho-, no genio, pero la película capturaba algo tan esquivo como la temperatura del espíritu neoyorquino en un momento en que el crecimiento de la urbe, bajo la desidia municipal, adquiría la forma de una caída libre rumbo al caos, dejándole al descreído ciudadano de a pie (Matthau) la responsabilidad de desarrollar (o no) una ética.

En Asalto al tren de Pelham 1, 2, 3, Tony Scott propone su particular remezcla deconstructiva del original, mientras su reparto se aboca al fatigoso trámite de la inflamación dramática. Aquí, el secuestro del vagón de metro y el ping pong de nervios sobre el parco tablero de juego del ultimátum transcurre en el presente de la hipervisibilidad y sirve algún que otro traspié ridículo, como ese videochateo de un rehén con la novia que le exige inoportuno compromiso. Denzel Washington y John Travolta asumen las muy significativas evoluciones de los personajes que, en su momento, Matthau y Robert Shaw llevaron como una segunda piel: Aquí, todo transpira intensidad y composición. Pero conviene no ser injusto: el remake cumple... si uno no se empeña en mirar atrás.

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