LA COLUMNA

El retorno de ETA

Si quedaba alguna duda, ETA se ha encargado de disiparla: ha vuelto para seguir matando. Llevamos años elaborando teorías y argumentos en torno a los fines que persigue, los recursos de que dispone y los apoyos sociales con que cuenta para mantenerse como única organización terrorista en el conjunto de Estados de la Unión Europea. De algunas de esas teorías se han seguido estrategias de acción que han ido desde la amnistía general de 1977 a la ley del talión de los años siguientes; desde la negociación en Argel hasta el juego de actores en el mal llamado proceso de paz. Nada ha dejado de inten...

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Si quedaba alguna duda, ETA se ha encargado de disiparla: ha vuelto para seguir matando. Llevamos años elaborando teorías y argumentos en torno a los fines que persigue, los recursos de que dispone y los apoyos sociales con que cuenta para mantenerse como única organización terrorista en el conjunto de Estados de la Unión Europea. De algunas de esas teorías se han seguido estrategias de acción que han ido desde la amnistía general de 1977 a la ley del talión de los años siguientes; desde la negociación en Argel hasta el juego de actores en el mal llamado proceso de paz. Nada ha dejado de intentarse, pero, por encima de teorías, estrategias y profecías sobre su desaparición "a corto plazo", ETA ha demostrado una especial capacidad de reproducción, sostenida en la incorporación de jóvenes efectivos a medida que los mayores languidecían en prisiones o desistían del uso del terror.

¿Cómo ha sido posible? Quizá, ante todo, por la ambigua respuesta que ha encontrado en un sector de la sociedad vasca, en sus instituciones y en su partido hegemónico, el PNV. Nadie ha sabido explicarlo de manera más brutal que Xabier Arzalluz en su conversación con María Antonia Iglesias: "Considerábamos que defendían lo mismo, sólo que con unos medios que nosotros, no es que no los aceptáramos, es que no los veíamos". Todavía hoy, sigue diciendo Arzalluz, "no estás con los otros por mucho que hablen de la unidad de los demócratas, y tendrás que hacer más un paripé (sic), pero no estamos con ellos, porque sabemos que son los enemigos de nuestro planteamiento". Arzallus define a esos "otros" que hablan de unidad de los demócratas como "enemigos" con los que de vez en cuando es preciso hacer el paripé. Mientras tanto, el PNV defiende lo mismo que ETA, y no es que no acepte los medios que emplea, es que "no los ve".

No los ve en ninguno de los sentidos de esta elocuente expresión: no los ve porque no quiere verlos; no los ve porque considera que los medios empleados no conducen al objetivo común. En lo primero, estuvo bien acompañado: hasta el 29 de abril de 1994, la Conferencia Episcopal Española no condenó a ETA por su nombre: no la veía. Veía la violencia y el terrorismo y los condenaba sin mentar a sus autores, como una más de las violencias reprobables, en la misma lista que el aborto y la pornografía. Pero respecto a ETA, en el PNV, como en la Conferencia Episcopal, por no hablar de la Iglesia vasca, todo han sido durante largos años circunloquios, equidistancias. En lo segundo, y como el fin justifica los medios, el PNV nunca le hizo ascos a los pactos con los portavoces de los asesinos, y con los asesinos mismos, por ver si de una buena vez lograban entre todos excluir al "enemigo" de la vida política y acercar el día de la independencia del pueblo vasco.

Prevaliéndose de estas actitudes, ETA fue construyendo un férreo sistema de poder sobre un sector de la sociedad vasca. El debate sobre los fines perseguidos por los terroristas pasa a veces por alto que el principal consiste en controlar a su propia gente. Se dice que matan por echar un pulso al Estado o por mantenerse en vida como una mafia, pero, sin que esto carezca de importancia, habría que destacar que los primeros sobre los que el terror surte efectos disuasorios son esos apoyos a los que se refiere uno de sus abducidos justificando nuevos sufrimientos. Apoyos que, cuando dudan o flaquean, son liquidados o devueltos al redil, controlados en lo que dicen y en cómo y a quien lo dicen, contados uno a uno en los días de elecciones, de manifestación o de ritos de homenaje a los gudaris muertos.

Todo esto ha sido parte de la historia de 30 años de construcción de identidad colectiva, de división de trabajo entre PNV y ETA/Batasuna en aras de la meta común. Lo nuevo es que ETA no contará en adelante con la calculada ambigüedad del Gobierno y de la televisión vascos que por vez primera dejan de transmitir el mensaje de identidad en los fines, divergencia en los medios, sobre el que ETA ha construido su poder social. Ahora, ni fines, ni medios. Y si el PNV acaba por desarrollar una estrategia política de la que desaparezca la sombra alargada de ETA/Batasuna, si deja de utilizar las instituciones como herramienta para socavar las instituciones, poco tiempo quedará para que los rehenes del terror, comenzando por el demediado Otegi, emprendan también su propio camino, liberados por fin del chantaje que hoy se sienten obligados a pagar a lo que no pasa de ser una asociación de malhechores, que es como llaman en Francia a las gentes organizadas para matar.

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