Columna

Descaro

No sé si se han dado cuenta, pero llevamos algún tiempo en el que los periódicos vienen atiborrados de fotos de chorizos y mangantes. Es una abundancia tal que me recuerda, por contraste, a los medios de comunicación de las dictaduras, que siempre abusan hasta la náusea de las imágenes del dictador y de los demás figurones oficiales, prohombres de la patria de aguerrido pecho y orgulloso mentón. Tal vez uno de los costes de las democracias avanzadas consista en sustituir el santoral de las tiranías por este catálogo de maleantes de lujo, que también hinchan el pecho con soberbia y levantan bar...

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No sé si se han dado cuenta, pero llevamos algún tiempo en el que los periódicos vienen atiborrados de fotos de chorizos y mangantes. Es una abundancia tal que me recuerda, por contraste, a los medios de comunicación de las dictaduras, que siempre abusan hasta la náusea de las imágenes del dictador y de los demás figurones oficiales, prohombres de la patria de aguerrido pecho y orgulloso mentón. Tal vez uno de los costes de las democracias avanzadas consista en sustituir el santoral de las tiranías por este catálogo de maleantes de lujo, que también hinchan el pecho con soberbia y levantan barbilla hasta que la policía los atrapa (con todo, sigue siendo mucho mejor la democracia: en las dictaduras, el dictador suele ser también el primer ladrón, sólo que impune). Entre los (presuntos) delincuentes recientemente brilla con luz propia el empresario Francisco Correa, que ha llevado la imagen del (presunto) mafiosillo hasta el virtuosismo escénico, porque no me digan que no tiene pinta de villano de opereta, de culpable de atrezo. Vamos, es que hubiera sido verlo en su momento en la boda de Agag, con los rizos cogoteros y la mirada altiva, y uno ya habría dicho: ahí va el que hace el papel de malo. Y sin embargo...

Sin embargo, todos estos (presuntos) sinvergüenzas nacionales e internacionales que ahora aparecen en los medios a racimos, se han pasado años siendo muy visibles, alternando con la élite social y actuando con tan desfachatada ausencia de cuidado, que se diría que estaban convencidos de que jamás iban a cogerlos. Y aquí viene lo más inquietante: ¿Y por qué pensaban algo así? ¿Porque son idiotas? ¿O porque de verdad casi nunca los cogen? ¿Serán los mangantes detenidos una anomalía, una excepción, la pequeña punta de un iceberg? Lo que más miedo da no son sus posibles delitos, sino su descaro.

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