Reportaje:UNA GUERRA IGNORADA

Entre dos fuegos

Más de 150.000 civiles soportan como escudos humanos la guerra de exterminio del Ejército de Sri Lanka contra los sanguinarios Tigres de Liberación de la Tierra Tamil

Sin testigos, porque los periodistas están vetados, y sin agua, ni comida, ni medicinas, 150.000 civiles soportan aterrorizados la última ofensiva del Ejército de Sri Lanka sobre los Tigres de Liberación de la Tierra Tamil (LTTE). Son escudos humanos de la guerrilla más feroz que se conoce. Mujeres y niños expuestos al tiro por la espalda si huyen y al tiro en el pecho de quienes les cercan.

Son rehenes de dos fuerzas nefastas que no entienden de derechos humanos: 50.000 soldados, que avanzan implacables practicando la política de tierra quemada, y unos 1.000 tigres, los combatie...

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Sin testigos, porque los periodistas están vetados, y sin agua, ni comida, ni medicinas, 150.000 civiles soportan aterrorizados la última ofensiva del Ejército de Sri Lanka sobre los Tigres de Liberación de la Tierra Tamil (LTTE). Son escudos humanos de la guerrilla más feroz que se conoce. Mujeres y niños expuestos al tiro por la espalda si huyen y al tiro en el pecho de quienes les cercan.

Son rehenes de dos fuerzas nefastas que no entienden de derechos humanos: 50.000 soldados, que avanzan implacables practicando la política de tierra quemada, y unos 1.000 tigres, los combatientes que aún quedan vivos del grupo terrorista más disciplinado y sanguinario de la historia. Están encerrados en Vanni, una estrecha franja de costa de apenas 12 kilómetros de longitud sin siquiera un corredor humanitario, ni una vía de escape pactada.

"Los 'tigres' y el Ejército son un espejo de la brutalidad y el salvajismo del conflicto", afirma un analista independiente
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"Sri Lanka no es una amenaza para la paz internacional, pero se están cometiendo crímenes contra la humanidad que la comunidad internacional debe perseguir", afirma el español Borja Miguélez, delegado en Colombo del Departamento de Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea (ECHO).

Según agencias de Naciones Unidas, desde que a finales de enero comenzó esta última fase de la ofensiva han muerto más de 2.300 civiles y 6.500 han resultado heridos. Entre los muertos hay más de 500 niños.

Bombardeados por el Ejército y acosados por los tigres, las familias, con los menores a cuestas, han seguido las huestes de los combatientes hasta encerrarse en Vanni, franja declarada oficialmente "zona de no fuego". Sin embargo, a diario sufren ataques indiscriminados bajo la excusa de que los tigres se esconden entre los civiles. Hasta ahora, sólo 36.000 han logrado escapar del infierno y se encuentran ya en campamentos a los que acceden las ONG internacionales. Informes no confirmados aseguran que otros 20.000 tamiles han cruzado las líneas y están siendo interrogados por el Ejército y los paramilitares para verificar que son civiles. En este proceso, muchos son violados y asesinados. El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) lleva semanas pidiendo al Gobierno que se le permita asistir a la identificación para garantizar la seguridad de los que se atreven a escapar.

Quienes permanecen bajo la tutela de los tigres pasan el día, incluidos los niños, cavando trincheras o escondidos en ellas porque los bombardeos del Ejército pueden durar horas. A veces, ni tan siquiera pueden salir a preparar algo de comer con lo poco que les resta. Pese a las peticiones de las organizaciones humanitarias internacionales, en estas seis semanas sólo se ha permitido la entrega, el 8 de marzo, de un cargamento con 500 toneladas de alimentos.

La prestigiosa ONG International Crisis Group (ICG), en su informe del lunes pasado, hace un llamamiento a la comunidad internacional para que presione al Gobierno de Sri Lanka de manera que "abandone su política de aniquilación, detenga el asalto final y permita la llegada de ayuda humanitaria a la población y la salida de los civiles que lo quieran". Asimismo, ICG pide a quienes tengan influencia sobre el mando LTTE que le convenza de que deje de "utilizar a los civiles como escudos humanos y que negocie su rendición".

A estas alturas, nadie duda de que el Ejército les ha infligido una estrepitosa derrota. De los 15.000 kilómetros cuadrados que los tigres controlaban en agosto de 2006, cuando se reinició la guerra, ahora apenas ocupan 50 kilómetros cuadrados. Están sitiados por cinco divisiones completas y otras cuatro mantienen la retaguardia. El general Shavendra Silva declaró recientemente a Reuters que creen que el líder de los LTTE, Vellupillai Prabhakaran, se encuentra, con un buen puñado de comandantes, dentro del cerco.

En la victoria ha sido definitiva la colaboración de Karuna, ex comandante de la guerrilla, que en 2004 se escindió y formó la suya propia -uno de los grupos paramilitares en los que ahora se apoya el Ejército-, que se hizo con el control del este de la isla y redujo el dominio de los tigres al norte. Karuna, que según Amnistía Internacional "está acusado de haber cometido crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad", ocupa desde octubre pasado un escaño en el Parlamento de Sri Lanka y ha sido nombrado ministro para la Reconciliación.

Analistas y otros intelectuales sostienen que ganar la paz es más importante que ganar la guerra; y que el intento de exterminar a los tigres a costa de la vida de decenas de miles de civiles sólo servirá para que el odio anegue la convivencia. Los últimos atentados terroristas, que han causado decenas de muertos, revelan que los LTTE, el grupo que más atentados suicidas ha cometido, siguen disponiendo de células infiltradas por todo el territorio capaces de seguir golpeando.

"Los LTTE y el Ejército son un espejo de la brutalidad y el salvajismo del conflicto", señala un investigador esrilanqués independiente que, como otros muchos colegas y periodistas, se encuentra amenazado de muerte. Muchos se han visto obligados a salir del país para defender su vida. Desde la rotura definitiva del alto el fuego, en junio de 2006, unas 200.000 personas, la absoluta mayoría tamiles, se han establecido en Occidente.

Conocido como La Perla del Índico, el antiguo paraíso de Ceilán -de 65.610 kilómetros cuadrados de extensión y 21 millones de habitantes- se lo disputan y tiñen de sangre la furia de la naturaleza y la de los hombres. El tsunami arrancó la vida a 30.000 personas; los 25 años de guerra se han cobrado el doble.

Borja Miguélez, de 32 años, llegó a Sri Lanka en 2002 para un proyecto de desarrollo impulsado por la Unión Europea. Acababa de firmarse el alto el fuego entre el Gobierno y los tigres. La paz parecía abrirse camino entre las dos comunidades hostiles: cingaleses (75% de la población) y tamiles (10%), enfrentadas desde que en 1983 estalló el conflicto separatista tamil en el noreste de la isla. El tsunami que destrozó las costas del país al final de 2004 llevó a Miguélez a cambiar su misión por la ayuda humanitaria a una población inocente que todos se empeñan en castigar.

Muchas de las ONG presentes en Sri Lanka, cuyos cooperantes nacionales son secuestrados y asesinados por el Ejército, los paramilitares o los LTTE -casi un centenar desde 2006-, claman contra la inacción internacional. Rusia y China consideran esta sucia guerra un "asunto interno". Para la Administración Bush era parte de la "guerra contra el terror", porque aplastaba a un grupo terrorista. Y los demás Gobiernos, como grandes medios de comunicación social, miran hacia otro lado.

En Vanni, al noreste de Sri Lanka, los civiles pasan el día cavando trincheras y escondidos en ellas porque los bombardeos del Ejército pueden durar horas.

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