Editorial:

Violencia sin futuro

El asesinato de dos soldados no debe comprometer el proceso de paz en el Ulster

Irlanda del Norte retrocedió ayer a los tenebrosos tiempos de hace un decenio con el asesinato de dos soldados británicos a manos, según cree la policía, de disidentes republicanos. Otros dos soldados y dos civiles resultaron heridos gravemente en el tiroteo. Es la primera vez que muere un soldado británico en un atentado desde 1997 y es el golpe más espectacular del terrorismo desde la tenebrosa bomba de Omagh en agosto de 1998, aquel intento desesperado de los disidentes republicanos para desarbolar el proceso de paz en Irlanda del Norte, apenas unos meses después de los decisivos acuerdos d...

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Irlanda del Norte retrocedió ayer a los tenebrosos tiempos de hace un decenio con el asesinato de dos soldados británicos a manos, según cree la policía, de disidentes republicanos. Otros dos soldados y dos civiles resultaron heridos gravemente en el tiroteo. Es la primera vez que muere un soldado británico en un atentado desde 1997 y es el golpe más espectacular del terrorismo desde la tenebrosa bomba de Omagh en agosto de 1998, aquel intento desesperado de los disidentes republicanos para desarbolar el proceso de paz en Irlanda del Norte, apenas unos meses después de los decisivos acuerdos de Viernes Santo. El atentado del sábado, sin embargo, no ha sido una completa sorpresa. Los observadores independientes y el jefe del Servicio de Policía de Irlanda del Norte, sir Hugh Orde, llevan meses alertando del peligro creciente que representan los disidentes republicanos.

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Nunca se pueden descartar nuevos asesinatos terroristas. Y menos aún en la siempre conflictiva y complicada Irlanda del Norte. Pero, aunque reaviva viejas pesadillas, este atentado condenado sin ambages por los líderes unionistas y republicanos no puede significar un retorno al pasado. Primero, porque los disidentes tienen capacidad para volver a matar pero no tienen ni las armas, ni los voluntarios, ni el apoyo popular que necesitan para resucitar una campaña como la que llevó a cabo el IRA desde los años sesenta.

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Pero, sobre todo, porque ni la población ni los políticos del Ulster quieren volver al pasado. Los avances políticos en Irlanda del Norte son siempre exasperantemente lentos, pero el IRA ha destruido sus arsenales, se ha comprometido con el proceso político y ha disuelto su mando militar. Su brazo político, el Sinn Fein, ha aceptado como propia la policía de Irlanda del Norte. Y el unionismo, liderado por el beligerante partido que fundara y hasta hace unos meses dirigiera el reverendo Ian Paisley, está compartiendo gobierno con los que hasta hace poco consideraba sus enemigos.

El parlamento de Westminster está tramitando la legislación que traspasará a la Asamblea de Irlanda del Norte los poderes sobre la policía y la justicia en el Ulster. Puede haber incontables crisis políticas y mil parálisis institucionales, pero ni los irlandeses del norte y el sur de la isla ni sus políticos quieren dar marcha atrás. Las pistolas no tienen futuro. Tampoco en el Ulster.

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