Cosa de dos

Decibelios

Un par de horas después del discurso inaugural de Barack Obama, un amigo, alto directivo de una empresa televisiva, me llamó por teléfono. Me dijo algo parecido a lo siguiente: "Estoy viendo la ceremonia en CNN; los locutores llevan más de cinco minutos sin hablar, y es fantástico". Mi amigo, un hombre inteligente, tenía razón. En realidad, estaba echando un vistazo al futuro inmediato. Incluso en algo tan convencional como CNN empieza a entreverse lo que viene.

El negocio de la información atraviesa (reconversiones industriales al margen) una situación no muy distinta a la que vivió la...

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Un par de horas después del discurso inaugural de Barack Obama, un amigo, alto directivo de una empresa televisiva, me llamó por teléfono. Me dijo algo parecido a lo siguiente: "Estoy viendo la ceremonia en CNN; los locutores llevan más de cinco minutos sin hablar, y es fantástico". Mi amigo, un hombre inteligente, tenía razón. En realidad, estaba echando un vistazo al futuro inmediato. Incluso en algo tan convencional como CNN empieza a entreverse lo que viene.

El negocio de la información atraviesa (reconversiones industriales al margen) una situación no muy distinta a la que vivió la música popular, lo que llamamos pop-rock, entre 1975 y 1980. El lector medianamente veterano recordará la extraordinaria pesadez de todo aquello: los discos conceptuales, las canciones de 15 minutos, la reiteración hasta la náusea, los finales inacabables, y, encima, la desvergüenza con que unos músicos más o menos embrutecidos por los excesos y ahogados en dólares lanzaban consignas supuestamente provocadoras.

Se sabe cómo acabó el latazo sinfónico. Irrumpieron unos tipos sin técnica ni sentido, gente como los Sex Pistols y sus herederos, y acabaron en dos patadas con los dinosaurios. ¿Por qué? Porque los dinosaurios aburrían y no eran creíbles. Cualquier alarido espontáneo, cualquier enunciado simple y de aspecto sincero, era más agradecido que aquella sofisticada tabarra sinfónica e industrial. Parte de esa murga musical vuelve ahora a hacer giras, pero como subproducto industrial, como caricatura o como vestigio arqueológico. Ninguna importancia.

Las televisiones dedicaron horas a la ceremonia de Washington: correcto. Las rellenaron de comentarios obvios, de exclamaciones, de retruécanos, de signos de admiración: incorrecto. Lo mismo que los periódicos: ¿de verdad hacían falta tantas páginas para insistir en lo evidente?, ¿tanta necesidad tiene el cliente de que le griten al oído que algo es importante? El punk de los blogs y las redes suena ya en el subsuelo. El mundo conversa electrónicamente. Nosotros, la vieja industria, seguimos entretenidos subiendo los decibelios.

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