Tribuna:

Septiembre

La sobredosis de realidad que cada año aporta septiembre sirve, entre otras cosas, para digerir, con el debido contraste, aquello que se ha rumiado durante los días ociosos de agosto. En agosto se pone a prueba la resistencia de la economía doméstica, o su deprimente inconsistencia, y también la solidez de los lazos familiares: no es lo mismo ser esposo, padre o hijo en la calle de Muntaner, que serlo dentro de un hirviente microbungaló, o de un claustrofóbico motorhome.

Tampoco son lo mismo las lecturas que se hacen durante agosto; en septiembre suele preguntarse ¿y qué has leíd...

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La sobredosis de realidad que cada año aporta septiembre sirve, entre otras cosas, para digerir, con el debido contraste, aquello que se ha rumiado durante los días ociosos de agosto. En agosto se pone a prueba la resistencia de la economía doméstica, o su deprimente inconsistencia, y también la solidez de los lazos familiares: no es lo mismo ser esposo, padre o hijo en la calle de Muntaner, que serlo dentro de un hirviente microbungaló, o de un claustrofóbico motorhome.

Tampoco son lo mismo las lecturas que se hacen durante agosto; en septiembre suele preguntarse ¿y qué has leído en las vacaciones? En cambio, nadie te pregunta en marzo qué has estado leyendo en febrero. Aunque esto último quizá sea pura ilusión mía y de los cuatro gatos que dilapidamos los veranos leyendo un libro tras otro. Sea como sea, septiembre se presta para intercambiar experiencias de lectura. Como a la hora de escribir estas líneas me encuentro muy solo, e intercambiar experiencias en estas condiciones es materialmente imposible, lo más que puedo hacer es contarle a usted que de esos libros que, de manera espontánea y casi gratuita, va uno apilando durante el año para el verano, el que más me ha impresionado en esta ocasión es The border trilogy, la deslumbrante trilogía de la frontera de Cormac McCarthy que, de preferencia y si se puede, hay que leer en inglés.

Se podría trazar el perfil de una persona a partir de los libros que mete en la maleta antes de irse a la playa

¿Por qué una persona que lee libros todo el año pospone ciertos títulos para el verano?, no lo sé; aunque hay quien argumenta que las lecturas ligeras van mejor con la vida ociosa en la playa, la verdadera razón es un misterio, es un caso parecido al de esos libros que son perfectos para leerse en un avión; cada cual tiene sus manías y hay quien, al contrario, aprovecha el ocio, y la pírrica actividad mental del verano para sumergirse en libros como El hombre sin atributos o el Finnegans Wake. Se podría trazar el perfil de una persona a partir de los libros que mete en la maleta antes de irse a la playa, o a la montaña, o a ese hirviente micro bungaló que, en un delirio prevacacional, alquiló en la jungla de Vietnam. Así como la biblioteca de una casa habla de su dueño, esa maleta hipotética hablaría del vacacionista. ¿Lleva novelas?, ¿ensayos?, ¿poesía?, ¿qué tipo de autores le interesan?, y en un estadio anterior, ya profundizando en este test literario de la personalidad, podrían analizarse los títulos que el sujeto de estas observaciones fue relegando durante el año al montón de las lecturas de verano y, ¿por qué no?, el historial de los libros que en los últimos 10 años ha ido metiendo en la maleta. El resultado de este análisis nos daría, sin duda, un detallado retrato psicoliterario del dueño de la maleta, un dueño al que no sería necesario conocer (¿para qué, si ya lo conocemos?) y al que un psicoanalista sería capaz de dictaminar sin necesidad de sentarlo en el diván.

La idea es rara pero puede implementarse, puede montarse un consultorio de análisis psicoliterario donde los pacientes, cada 1 o 15 de agosto, lleven su maleta con el analista y al cabo de una hora de nerviosa lectura en la antesala, les devuelvan la maleta y un riguroso dictamen sobre su personalidad, sus fobias y empatías, sus miedos, sus pulsiones oscuras, su capacidad para relacionarse con el mundo.

Como a estas alturas del artículo sigo igual de solo, sin posibilidad de intercambiar experiencias con nadie, dejaré asentada aquí, una mañana modélica de lectura de agosto que hoy, desde la realidad de septiembre, me provoca nostalgia: unas páginas del segundo tomo de la trilogía de McCarthy, unas fechas de los Diarios de Fernando Pessoa y unos poemas de la Antología Personal del desasosegante poeta hispanomexicano Gerardo Deniz; un nutritivo cóctel que intentaré mejorar el próximo verano, cuando llegue el momento de meter en la maleta esos libros que se han ido apilando durante el año, porque ahora nos ha llegado septiembre, con su despampanante realidad.

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Jordi Soler es escritor.

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