"Este no es el sueño de mi vida"

Familias rumanas varias veces desalojadas reconstruyen su hogar sin ayudas

Lavinia Diana, su hija Jésica y su marido Ion viven en lo que podría asemejarse a un apartamento de un dormitorio con cocina independiente. La habitación tiene un enorme ventanal que da a la calle. Una mosquitera evita la entrada de insectos.

Un crucifijo, un tocador con tapete, una tele que no funciona, la cama de 1,35 con colcha de volantes, fotos de familia, una camita del tamaño adecuado para los cuatro años de la pequeña Jésica, una pintada imposible de borrar y una alfombra deslucida inspirada en la estética persa visten un hogar protegido del mundo por una cortina. No hay portal,...

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Lavinia Diana, su hija Jésica y su marido Ion viven en lo que podría asemejarse a un apartamento de un dormitorio con cocina independiente. La habitación tiene un enorme ventanal que da a la calle. Una mosquitera evita la entrada de insectos.

"No quiero vivir así, nadie nos ayuda, y nos dicen que nos vayamos a Rumanía"
Los vecinos de la fábrica ocupada han sufrido asaltos y se sienten inseguros

Un crucifijo, un tocador con tapete, una tele que no funciona, la cama de 1,35 con colcha de volantes, fotos de familia, una camita del tamaño adecuado para los cuatro años de la pequeña Jésica, una pintada imposible de borrar y una alfombra deslucida inspirada en la estética persa visten un hogar protegido del mundo por una cortina. No hay portal, ni timbre, ni ascensor, ni portero. Está en uno de los que fueran despachos de Internacional Levantina de Pinturas, en la Carretera Font d'En Corts de Valencia. La fábrica entró en el abandono hace tres años. De las seis naves inmensas que forman el complejo, cuatro han perdido muros y techo, y dos se han convertido en cobijo de siete familias, cerca de 30 personas de nacionalidad rumana, excepto dos hermanos de Zaragoza, que han plantado su hogar tras haber sido desalojadas de diferentes puntos de Valencia. No tienen agua corriente, ni luz, y los escombros se amontonan peligrosamente en algunos de los restos del edificio. La porquería se acumula en lo que podría entenderse como zonas comunes.

"No quiero vivir así, no tenemos trabajo, este no es el sueño de mi vida, y ni los servicios sociales ni nadie nos ayuda, siempre me dicen que me vaya, que me vaya a Rumanía", dice Lavinia. Tiene 19 años, se casó cuando era adolescente. "Todo el mundo en mi país se casa así de joven, una tontería de la que no eres consciente". Llegó a Valencia en 2004, tuvo su segunda hija hace poco más de un año. La envió a Rumanía porque llegó a pensar que acabaría en un parque.

Lavinia Diana ha sido desalojada del asentamiento de la carretera de Malilla, el que está más próximo a las vías del tren, de la fábrica que ocupó Macosa en la calle de San Vicente, de Jesús Morante Borrás, en Natzaret. "Tratamos de recomponer lo más parecido a una minicasita en cada sitio, viviendo de la chatarra. ¿Alguien puede creer que a mi marido le gusta recoger el pan que tiran a la basura hornos o restaurantes? Quiero que mi hija vaya al colegio. He buscado trabajo y no me lo dan porque no tengo papeles. No puedo ni limpiar porque la gente desconfía de nosotros. Y no tengo siquiera dinero para volver a mi país", afirma. Su periplo es parecido al de muchos de los que ahora conviven en la fábrica de pinturas. El Ayuntamiento los desaloja, no les ayuda -"excepto cheques que sí he tenido para mi pequeñita"- y les empuja, dice, "a seguir viviendo en la miseria".

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Sabe que tiene los días contados donde ahora lleva dos meses. En los últimos 21 días, los vecinos que viven junto a la fábrica han padecido robos de aperos, de agua, de cableados. Toñi y su familia, una casa típica de la huerta que linda con la fábrica, han pasado miedo al ver cómo un incendio amenazaba su vivienda hace poco más de una semana. Ella, su nuera, el dueño de un restaurante también próximo, y Remedios, que vive frente a la fábrica, lamentan la miseria de quienes sobreviven en las ruinas. Y no quieren acusarles de lo que ha pasado en el último mes, "pero antes, la fábrica era simplemente un espacio abandonado. Denunciamos que había restos de sustancias en ella, enviaron a un equipo que limpió lo evidente, aunque los fosos no, pero no nos sentíamos en peligro", afirman Toñi y su nuera. "Ahora, vivimos junto a un polvorín, nos rodean las ratas, vemos a los niños jugando entre basura, y creemos que alguien debe responsabilizarse de esta situación".

Lavinia Diana y su hija Jésica, en la habitación que ocupan en lo que queda de una fábrica de pinturas abandonada en Valencia.TANIA CASTRO

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