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Suspense

"De hecho, mi joven amigo" -le comenta el marqués d'Armand, embajador francés en Génova, una ciudad muy próxima a la isla de Elba, donde, en 1814, seguía recluido Napoleón, al británico Cosmo Latham, hijo de un viejo amigo y protector, que merodeaba en ese momento por allí-, "hasta donde puedo juzgar, un suspense inquietante sobrevuela toda cuenca del Mediterráneo. El destino de las naciones todavía está suspendido en la balanza". Este párrafo pertenece a la que fue la última e inacabada novela de Joseph Conrad (Berdcyczów, Polonia, 1857-Londres, 1924), que acaba de ser traducida al castellano...

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"De hecho, mi joven amigo" -le comenta el marqués d'Armand, embajador francés en Génova, una ciudad muy próxima a la isla de Elba, donde, en 1814, seguía recluido Napoleón, al británico Cosmo Latham, hijo de un viejo amigo y protector, que merodeaba en ese momento por allí-, "hasta donde puedo juzgar, un suspense inquietante sobrevuela toda cuenca del Mediterráneo. El destino de las naciones todavía está suspendido en la balanza". Este párrafo pertenece a la que fue la última e inacabada novela de Joseph Conrad (Berdcyczów, Polonia, 1857-Londres, 1924), que acaba de ser traducida al castellano con el título Suspense (Funambulista). Páginas después, es el mismo joven Latham, quien, desde la propia Génova, en carta a su familia, hace alusión al "estado de suspense en el que viven aquí todas las clases, de las más altas a las más bajas, sobre lo que puede ocurrir". Si todo estaba en el aire en ese agitado periodo, no lo era sólo porque se estuviera negociando el nuevo mapa de Europa tras el formidable revuelo levantado por Bonaparte que, por otra parte, dio un nuevo susto tras su efímera reconquista del poder, sino también porque, tras la Revolución Francesa, el mundo comprendió que ya nunca nada podría ser fraguado de manera estable. De manera que el suspense se ha convertido casi en la forma de ser del hombre contemporáneo.

Aunque el término castellano "suspense" procede etimológicamente del verbo latino "suspendo", que significa "colgar", pero también, como apunta Covarrubias, "pararse" o "quedar perplejo", entre otras acepciones, hoy este estado crítico se ha convertido, se mire por donde se mire, en nuestro destino. Es genuinamente revolucionaria la suspensión del orden constituido y, por tanto, cuando acaece, de todo orden posible, lo cual no sólo inestabiliza los regímenes políticos, sino la vida misma, que también queda en un permanente estado de precariedad. Tal es así que nos parece aburrida una existencia sin "intriga", sin los recovecos de misterios acechantes, que nos aportan nuevos e incontrolados cambios.

El interés de esta postrera e inacabada novela de Conrad es su pretensión de analizar el destino del hombre contemporáneo en medio de esta indeclinable inestabilidad, ya explorada por Stendhal en sus dos grandes novelas, La cartuja de Parma y Rojo y negro, donde los acontecimientos históricos son abordados desde la perspectiva de dos jóvenes marcados por la ansiedad y el desafío. Naturalmente, Conrad aporta el sello de su personal experiencia, que no se privó de ninguna aventura, incluida la radical de escribir sobre el trágico y heroico acto de aventurarse. Por de pronto, todos los personajes de Suspense son trasterrados o exiliados, volcados a conjurar, no siempre con fortuna, los inesperados peligros que la movediza realidad les va presentando. No en balde para sobrevivir hay que sortear las vicisitudes que se presentan, aunque ya no se sepa bien lo que significa tener buena o mala suerte, siendo todo tan relativo. Es el suspenso del suspense.

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