Una inesperada estocada de muerte
Cuando se habla de la nueva edad de oro de la ficción televisiva, ya pocos recuerdan el relevante punto de inflexión que, a principios de los noventa -o sea, entre el excéntrico big bang de Twin Peaks y el nacimiento de la galaxia HBO- supuso la serie de Chris Carter Expediente X. Habrá quien hoy la considere una nota a pie de página, pero no lo fue: supo absorber las mecánicas de la cultura conspiranoica para articular un modelo de ficción que revitalizó y modernizó los mecanismos de la narración serial o el folletín. A través de una diabólica dosificación de revel...
Cuando se habla de la nueva edad de oro de la ficción televisiva, ya pocos recuerdan el relevante punto de inflexión que, a principios de los noventa -o sea, entre el excéntrico big bang de Twin Peaks y el nacimiento de la galaxia HBO- supuso la serie de Chris Carter Expediente X. Habrá quien hoy la considere una nota a pie de página, pero no lo fue: supo absorber las mecánicas de la cultura conspiranoica para articular un modelo de ficción que revitalizó y modernizó los mecanismos de la narración serial o el folletín. A través de una diabólica dosificación de revelaciones, el incondicional de la serie se sentía cada vez más cerca de la construcción de un sentido global y esclarecedor, cuando, en realidad, lo que se adensaba era el misterio y la imposibilidad de cerrar (satisfactoriamente) un discurso.
X-FILES: CREER ES LA CLAVE
Dirección: Chris Carter.
Intérpretes: David Duchovny, Gillian Anderson, Amanda Peet, Billy Connolly.
Género: Ciencia-ficción. Estados Unidos, 2008.
Duración: 106 minutos.
En buena medida, Perdidos forma parte de la descendencia de Expediente X. En 1998, entre la quinta y la sexta temporada, la primera película de Expediente X era un prodigioso ejercicio en la cuerda floja de la vaguedad: dirigida por Rob Bowman, ofrecía un sentido del espectáculo al que un episodio televisivo no podía aspirar y simulaba desvelar secretos y revelaciones sin, en realidad, perturbar el canon de la serie. Fue, en suma, un inteligente, astuto y esquinado juego de manos.
Seis años después de cerrar la saga (de manera no demasiado satisfactoria), Carter recupera a Murder y Scully para algo que a este crítico le resulta incomprensible: embarcarlos en una aventura acotada, insignificante y triste que en nada remite al meollo conspirativo del canon. El resultado es como uno de los (malos) episodios auto-conclusivos de una serie que alzaba el vuelo cuando ampliaba el mapa de su entramado paranoico: una aventura crepuscular que Carter quiere convertir en esquemática parábola sobre las virtudes redentoras de la fe. Carter ha resucitado a sus mejores creaciones para darles una inesperada, innecesaria estocada de muerte.