Reportaje:DÍA A DÍA | Agenda

El silencio

Nos dicen desde el Centro Virtual Cervantes que en el refectorio, comedor común de los monjes, las mesas se disponían a lo largo de los muros, y la del prior en uno de sus extremos, desde donde presidía las demás. Las comidas se desarrollaban en silencio, roto tan sólo por las lecturas de la Biblia que realizaba, generalmente desde un púlpito, uno de los monjes.

La comida, que se deglutía con esa impagable tranquilidad que sólo el silencio proporciona, transcurría con sosiego y placidez hasta su culminación, a partir de la cual, los comensales podían volver al ejercicio de sus prácticas...

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Nos dicen desde el Centro Virtual Cervantes que en el refectorio, comedor común de los monjes, las mesas se disponían a lo largo de los muros, y la del prior en uno de sus extremos, desde donde presidía las demás. Las comidas se desarrollaban en silencio, roto tan sólo por las lecturas de la Biblia que realizaba, generalmente desde un púlpito, uno de los monjes.

La comida, que se deglutía con esa impagable tranquilidad que sólo el silencio proporciona, transcurría con sosiego y placidez hasta su culminación, a partir de la cual, los comensales podían volver al ejercicio de sus prácticas, así fuese cantar vísperas con el coro, ya que sus gargantas no habían sufrido menoscabo ni irritación durante el almuerzo.

Restaurante de Ana

Plaza de Tetuán, 18. Valencia

Teléfono 96 350 91 09

No sucede así en muchos de los actuales restaurantes de nuestra Comunidad, en los que el ruido ambiental supera en mucho lo deseable. Sin duda hay comensales que saludan con alborozo tal hecho, ya que los gritos y grandes murmullos se les representan signos de fiesta, asociada al hecho de comer caliente. Pero si lo que se desea es comer a la vez que se tratan con mesura las más sutiles cuestiones, no parece el griterío la mejor de las compañías.

Sin ir más lejos, en el Restaurante de Ana, en Valencia, la comida -en especial los arroces, no tanto las entradas o aperitivos- son razonables, el refectorio, rectangular, y los precios no sobresalen por ninguno de los extremos. Sin embargo en lo tocante al silencio han roto todas las reglas monacales y el creciente e insaciable ruido nos atormenta de principio a fin del ágape ante la impasibilidad de los creadores de tan sonoro espacio y la indiferencia -obligado es decirlo- de una buena parte de los comensales.

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