Análisis:EL ACENTO

La casilla de la fama

La juez ha desestimado la demanda presentada por Telma Ortiz contra una cincuentena de medios de comunicación que exigía medidas cautelares para los casos de acoso que se puedan presentar en el futuro. En las ocho páginas del auto, la magistrada viene a decir con prosa de juzgado que la proyección pública de una persona no es una casilla que se marca a voluntad, como los fines para el porcentaje del IRPF en la declaración de la renta. Si se pone la equis, es que se quiere ser famoso, y si no se pone, es que se prefiere el anonimato. Seguro que Telma Ortiz marcaría esta última casilla. Por eso ...

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La juez ha desestimado la demanda presentada por Telma Ortiz contra una cincuentena de medios de comunicación que exigía medidas cautelares para los casos de acoso que se puedan presentar en el futuro. En las ocho páginas del auto, la magistrada viene a decir con prosa de juzgado que la proyección pública de una persona no es una casilla que se marca a voluntad, como los fines para el porcentaje del IRPF en la declaración de la renta. Si se pone la equis, es que se quiere ser famoso, y si no se pone, es que se prefiere el anonimato. Seguro que Telma Ortiz marcaría esta última casilla. Por eso no se comprende que se haya lanzado a una aventura judicial que más parece un instrumento de la primera. Porque la ruta emprendida por Telma Ortiz incluye todos los elementos de esos relatos de programa de sobremesa en los que la proyección pública de una persona se confunde con el derecho a convertirla en objeto de absurdos dimes y diretes.

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Telma Ortiz le ha dado el trabajo hecho a los guionistas del espectáculo, y ahora se arriesga a una saturación de imágenes que sirvan de prueba o de contraprueba a sus buenas o malas relaciones con las cámaras. Luego le llegará el turno a los sentimientos que experimenta encerrada en la jaula de los focos públicos, un capítulo en el que perder los nervios sería el mejor regalo para los reporteros que siguen sus pasos. A poco que Telma Ortiz colabore en este terreno, el relato se puede convertir en culebrón.

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Sorprende, en cualquier caso, que nadie haya advertido a Telma Ortiz de que el camino emprendido era el peor. Pero no sólo como estrategia para hacer frente a las intromisiones, sino también, y sobre todo, como fórmula jurídica para hacer valer su deseo de anonimato. En realidad, Telma Ortiz reclamaba que un juzgado de Toledo estableciera en torno a su persona una barrera preventiva contra 50 medios de comunicación. Alguien tendría que haberle recordado que eso recuerda demasiado a la censura y que, justamente la proyección pública que ostenta, aun a su pesar, le obligaría a no adentrarse por tan equívocos terrenos.

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