Análisis:ANÁLISIS

Dinámica centrifugadora

El presidente José Montilla está hoy como estuvo Pasqual Maragall en su día. Es decir, obligado a tragar uno tras otro los sapos que le cocinan los partidos de su Gobierno, incluido el suyo, con un déficit de autoridad sobre el propio Ejecutivo. Lo que le sucede es una consecuencia del modelo de pacto que alumbró la alianza catalanista y de izquierdas que gobierna la Generalitat desde hace cuatro años. Es una situación en la que algunos aspectos formales no se corresponden del todo con la realidad política. Al presidente lo elige el Parlament, ciertamente, pero depende más de los partidos que ...

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El presidente José Montilla está hoy como estuvo Pasqual Maragall en su día. Es decir, obligado a tragar uno tras otro los sapos que le cocinan los partidos de su Gobierno, incluido el suyo, con un déficit de autoridad sobre el propio Ejecutivo. Lo que le sucede es una consecuencia del modelo de pacto que alumbró la alianza catalanista y de izquierdas que gobierna la Generalitat desde hace cuatro años. Es una situación en la que algunos aspectos formales no se corresponden del todo con la realidad política. Al presidente lo elige el Parlament, ciertamente, pero depende más de los partidos que de la Cámara.

Habrá sin duda quien opine que no es una mala situación. Que eso es lo que hay: tres partidos unidos para gobernar conservando cada uno su perfil. Habrá también quien piense que después de 23 años de un fuerte presidencialismo, que llegó incluso a acuñar un neologismo, el pujolismo, puede venir bien un periodo de gobierno con presidentes relativamente débiles. El primero, Maragall, duró sólo tres años, a pesar de que, como ha recordado el ex presidente de Ciutadans pel Canvi y ex consejero de Justicia Josep Maria Vallès, pretendía desarrollar una ambiciosa agenda de cambios que requería por lo menos dos legislaturas. El segundo, Montilla, ya se verá, pero está también en situación de evidente debilidad. Sus socios siguen manifestándose en la calle contra decisiones del propio Gobierno y de nuevo uno de los aliados, Esquerra Republicana (ERC), da a conocer los nombres de los futuros consejeros antes de que Montilla haya dicho que los nombrará. Ya lo ha hecho dos veces en esta legislatura. Como hizo desde el primer día con Maragall justamente para dejar bien claro quién manda sobre qué.

Uno de los problemas de esta alianza tripartita de la izquierda, tal como está configurada, es que la componen partidos que compiten entre sí por un mismo espacio electoral, bastante estable, por cierto. El eje derecha-izquierda se mueve poco, con lo que la pugna interna en el campo de la izquierda tiende a enquistarse. ¿Quién es el primero que se traga el trasvase del Ebro, por ejemplo? Y así sucesivamente. Es una dinámica de desgaste, centrifugadora, cuando lo que se necesita es lo contrario.

Esta fórmula coloca al frente del Gobierno catalán a un presidente sin la autoridad suficiente. Los primeros interesados en que no sobresalga mucho son sus propios aliados. Pero no es la única posible. Cabe también la posibilidad de que, en vez de negociar pactos poselectorales, las tres fuerzas de la izquierda firmaran un programa electoral único y concurrieran a las elecciones como una sola propuesta encabezada por un candidato a la presidencia. Sin ir más lejos, eso es lo que hacen, con notable éxito, los dos partidos del centro-derecha nacionalista que componen la federación de Convergència i Unió (CiU).

El modelo actual de la izquierda tiene sus ventajas, claro. Es el que ha funcionado en el Ayuntamiento de Barcelona desde 1980 hasta 2006, que no es poco, aunque ahí lleva casi dos años en crisis. La más importante es probablemente que garantiza la pluralidad de la izquierda. El elector sabe que a la hora de votar puede elegir entre cualquiera de los tres partidos con la presunción de que después de las elecciones se unirán para gobernar. Pero no hay certeza, y tanto en el campo del socialismo como en el del independentismo existen presiones para poner fin al tripartito.

El citado Vallès ha recordado en su libro de balance de la experiencia de Ciutadans pel Canvi que el proyecto puesto en marcha por Maragall en 1999 preveía la superación de la alianza de izquierdas por una "concertación permanente" que no acaba de definir, pero que por lo menos implicaría la concurrencia conjunta de los tres partidos a las elecciones. El propio Vallès se muestra pesimista acerca de las posibilidades reales de avanzar en esa dirección a corto plazo, en vista de cómo han ido las cosas desde 2003. Al contrario, asume que los partidos no están por la labor y cada uno de ellos "continúa exhibiendo una gran pretensión de identidad propia" y un "potente instinto de conservación orgánica".

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