OPINIÓN

Los estabilizadores

Cada día que pasa está más claro que la agenda política del nuevo Gobierno no será autónoma, sino inducida por los problemas económicos que se avecinan y agravan. La novena legislatura de la democracia, que ahora comienza, tiene toda la pinta de una legislatura de gestión más que de grandes reformas. La autonomía socialista, de la que habló Zapatero en la reunión interparlamentaria del pasado miércoles, se tiene que manifestar en el tipo de salidas que se darán a la desaceleración económica y en el uso del superávit de las cuentas del Estado.

En este contexto parece poco aventurado seña...

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Cada día que pasa está más claro que la agenda política del nuevo Gobierno no será autónoma, sino inducida por los problemas económicos que se avecinan y agravan. La novena legislatura de la democracia, que ahora comienza, tiene toda la pinta de una legislatura de gestión más que de grandes reformas. La autonomía socialista, de la que habló Zapatero en la reunión interparlamentaria del pasado miércoles, se tiene que manifestar en el tipo de salidas que se darán a la desaceleración económica y en el uso del superávit de las cuentas del Estado.

En este contexto parece poco aventurado señalar que la contestación al discurso de investidura del presidente del Gobierno, por parte del líder de la oposición, Mariano Rajoy, se basará en las dificultades económicas que se encuentra nuestro país para afrontar una crisis que en buena parte es importada, pero que también tiene raíces propias basadas en el modelo de crecimiento y en el parón en seco del sector inmobiliario: la compraventa de pisos descendió el pasado mes de enero un 27% respecto al mismo mes del año anterior. Esperemos que ante esta delicada coyuntura, Rajoy se olvide de la idea barajada durante la campaña electoral de que la primera medida debe ser una bajada del impuesto de sociedades.

El tiempo político es más lento que el económico. Y la desaceleración tiene mucha velocidad

Hay una característica de esta desaceleración que la diferencia de otras: su velocidad. El deterioro del sector inmobiliario —que sólo es una parte del sector de la construcción— va más rápido de lo previsto, y el calendario político, más lento que el económico. La activación urgente del plan de infraestructuras, la aceleración del número de viviendas de protección oficial a construir, las negociaciones para que los grupos con dificultades puedan ampliar sin coste el plazo de sus hipotecas, parece un eje de política económica más coherente que la devolución de los 400 euros a todos los contribuyentes del impuesto sobre la renta, sobre la que hay serias dudas de que estimule el consumo.

La pasada semana, la Fundación de Cajas de Ahorro (Funcas) recopiló las perspectivas de crecimiento que los principales servicios de estudio dan a la economía española para el año en curso y el próximo: la media prevé un incremento del PIB del 2,5% para 2008 y del 2,1% para 2009, lo que parece indicar problemas importantes para el empleo a corto plazo, y repercusiones de los mismos en el segmento más débil: los inmigrantes y la construcción. Otro posible argumento para la oposición.

En una desaceleración profunda, con unas cuentas públicas en situación de superávit de 2,2 puntos del PIB y una deuda del Estado que se ha reducido al 35% del PIB, cobran mucha importancia los estabilizadores automáticos previstos en el Plan de Estabilidad y Crecimiento (PEC). Recuérdese que para sacar a EE UU de una recesión corta y no muy profunda en el año 2001, Bush usó los dos puntos de superávit que le dejó Clinton y tres puntos más de déficit público. Sin complejos.

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