Crítica:

Bagdad año cero

Los créditos finales de esta película, abrupta y sobrecogedora, son, a la vez, un memorial y un balance de daños: las bajas de un proyecto creado en estado de urgencia y el testimonio de que, tras esos fragmentos de vida y dolor capturados por la cámara, la historia sigue cobrándose su precio en las calles de Bagdad. Los rostros de algunos de los actores no profesionales que aparecen en la pantalla ya no pueden seguir envejeciendo fuera de ella. También han desaparecido algunas personas directamente comprometidas con este trabajo casi suicida, primera película iraquí en 15 años, rodada en las ...

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Los créditos finales de esta película, abrupta y sobrecogedora, son, a la vez, un memorial y un balance de daños: las bajas de un proyecto creado en estado de urgencia y el testimonio de que, tras esos fragmentos de vida y dolor capturados por la cámara, la historia sigue cobrándose su precio en las calles de Bagdad. Los rostros de algunos de los actores no profesionales que aparecen en la pantalla ya no pueden seguir envejeciendo fuera de ella. También han desaparecido algunas personas directamente comprometidas con este trabajo casi suicida, primera película iraquí en 15 años, rodada en las devastadas calles de Bagdad tras la caída de Sadam Husein. Cuenta el cineasta que se vio obligado a rodar con un preventivo Kaláshnikov en la mano y que el equipo atravesó escalofriantes trances para llevar su trabajo a buen puerto. No es extraño que el segundo largometraje de Mohamed al Daradji sea un heterodoxo making of de esta ópera prima, War, god, love and madness.

AHLAAM

Dirección: Mohamed Al Daradji.

Intérpretes: Aseel Adel, Bashir Al Majid, Mohamed Hashim.

Género: drama. Irak, 2005.

Duración: 110 minutos.

El filme encarna la voz perpetuamente golpeada del sujeto civil

Estamos ante una de esas películas que obligan al crítico a revisar sus metodologías: el vía crucis que supuso confeccionar Ahlaam no debería condicionar el juicio sobre la película, pero lo cierto es que la fuerza visceral de este trabajo, su alma de auténtico y elemental puñetazo, es casi indisociable de sus condiciones de producción y del contexto sociopolítico que le sirve de marco. En el conjunto de los cada vez más abundantes discursos cinematográficos sobre la guerra de Irak, Ahlaam no es sólo la mirada del otro lado: encarna, también, la voz perpetuamente golpeada del sujeto civil, que pasa de ser lentamente asfixiado por las inercias de un Estado dictatorial a tener que esquivar el fuego cruzado de quienes presuntamente le oprimen y quienes presuntamente le liberan. A los personajes de Ahlaam no se les ha perdido nada en ninguna guerra: sin embargo, la guerra y los sucesivos estados de paz se encargarán de que lo pierdan todo.

Una joven cuyo marido fue detenido (y ejecutado) el día de su boda, un soldado acusado injustamente de deserción y un médico con el futuro sojuzgado a causa de la filiación política de su padre coinciden en el espacio simbólico de un psiquiátrico cuando cae el régimen de Sadam. Los bombardeos liberarán a algunos pacientes que vagarán por las calles destruidas y patrulladas por la rapiña. Al Daradji recurre a estrategias neorrealistas para alcanzar una suerte de poesía desgarrada: la novia loca deambulando por el paisaje caótico o el ex soldado rescatando a un enfermo dispuesto a autoinmolarse en las vías del tren ocupan algunas de las imágenes más poderosas de esta película que, nacida bajo el imperativo ético de recoger el dolor iraquí a pie de calle, alcanza el peso artístico (y comunicativo) de la conmoción libre de imposturas.

Aseel Adel, la Ahlaam que da nombre al filme, con Bagdad al fondo.
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