Tribuna:

'Hooligans' políticos

Si al amable lector los médicos le han prohibido la exposición a cualquier situación que le pueda provocar mal humor o depresión, hay una actividad que deberá evitar a toda costa: leer los comentarios anónimos que se publican en los periódicos electrónicos y en sus foros abiertos en torno a cuestiones de política interna o exterior. Ya saben, los comentarios espontáneos que se publican al pie de las noticias o de los artículos firmados o que participan en debates abiertos por los propios medios. Al lector que accede a la lectura de estos comentarios se le puede garantizar la tristeza y la preo...

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Si al amable lector los médicos le han prohibido la exposición a cualquier situación que le pueda provocar mal humor o depresión, hay una actividad que deberá evitar a toda costa: leer los comentarios anónimos que se publican en los periódicos electrónicos y en sus foros abiertos en torno a cuestiones de política interna o exterior. Ya saben, los comentarios espontáneos que se publican al pie de las noticias o de los artículos firmados o que participan en debates abiertos por los propios medios. Al lector que accede a la lectura de estos comentarios se le puede garantizar la tristeza y la preocupación. Con suerte, estas sensaciones se las producirán solamente una parte de los comentarios, aquellos con los que esté en desacuerdo ideológico. Pero lo más probable es que se las provoquen la inmensa mayoría, incluidos aquellos con los que, expresados de otra manera, podría llegar a estar de acuerdo.

El lenguaje y la estética del 'hooliganismo' futbolístico es posible que acaben absorbidos por la política

La segregación de bilis, la permanente sustitución del argumento por el insulto, la brusquedad o la zafiedad verbal, la pura y simple mala leche primitiva se dan encuentro en estos espacios de una forma concentrada. Normalmente no se trata de rebatir las ideas del adversario, sino de rebatir al adversario mismo, su propia existencia, su derecho a un lugar bajo el sol. Buena parte de estos comentaristas anónimos y espontáneos se ciñen la camiseta de su equipo ideológico y se dedican a golpear al adversario, a menudo sin haber leído ni entendido lo que dice, por puro espíritu de clan. Y entienden por adversario no al que piensa lo contrario que ellos, sino simplemente al que no piensa exactamente como ellos, al que mantiene posiciones algo distintas, aunque sea en el matiz.

Como no se trata ni puede tratarse de prohibir estos comentarios ni de coartar el derecho a expresarse, multiplicado por las tecnologías de la información, habría que intentar entender el fenómeno. Supongo que en parte esta eclosión de exaltaciones primitivas, casi tribales, nace de algunas de las características del género. El anonimato da sensación de impunidad. El desahogo verbal es más barato que la factura del psiquiatra. Que cualquier embozado puede ciscarse en las opiniones de un especialista que firma con su nombre, como si todo fuera siempre opinable y todas las opiniones tuviesen siempre el mismo valor, puede producir sin duda una extraordinaria satisfacción igualitarista. Pero, en cualquier caso, la proliferación de estos comentarios insultantes, agrios, primitivos, es un síntoma inquietante.

Uno de los problemas de fondo que pueden aparecer tras este síntoma desagradable es lo que podríamos llamar una creciente futbolización de la política. El debate político, de una manera creciente, ha dejado de ser contraste de argumentos y ha pasado a ser batalla de hooligans antes del partido. El hooligan es de su equipo, gane o pierda, juegue bien o juegue mal, lo entrene quien lo entre y saque la alienación que saque. No se trata de pensar, sino de tomar partido y vestirse con la camiseta. Y a partir de aquí, desear la victoria de los propios, con las armas que sea, pero desear todavía más la derrota del adversario. Como en el fútbol, se trata de adquirir desde el principio una adscripción irreversible -no necesariamente razonada, preferiblemente heredada o recibida- y conservarla hasta el final en cualquier circunstancia. Y a la obcecación llamarle coherencia. Y cuando en el cruce de argumentos se entiende o se asume un argumento del adversario, llamarlo traición, chaqueterismo o interés sospechoso.

En la última campaña electoral me parece que se han visto algunos episodios de hooliganismo político. Incluso fenómenos positivos; por ejemplo, la muy buena audiencia televisiva de los debates, además de tener una lectura reconfortante como muestra de interés por la política, también puede leerse de una manera menos entusiasta, como expresión de esta futbolización de la vida política, de gusto por los partidos de la máxima, no tanto para ver buen juego como para presenciar la victoria de nuestro equipo y si es posible la humillación del contrario.

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Hace algunos años, el lenguaje radiofónico que nació para hablar de fútbol se exportó a la radiodifusión política. Ahora es posible que se importen para la política el lenguaje y la estética del hooliganismo futbolístico, de los programas del corazón o de las retransmisiones de lucha libre. Y al final, claro, en los comentarios de los diarios electrónicos, la gente acaba escribiendo lo que escribe.

Vicenç Villatoro es escritor.

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