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Warburg

Lejos de la chata formalidad académica y de la cháchara trivial que hoy por cualquier motivo suscita, siempre es bueno aproximarse al arte de la mano de quienes verdaderamente simpatizan con él, como, entre otros pocos, aquellos viejos maestros que, durante el siglo XIX y comienzos del XX, pugnaron por crear una ciencia específica dedicada enteramente al estudio de su historia y su conceptualización. Uno de los más singulares entre éstos fue el judío alemán Aby Warburg (1866-1929), primogénito de una acaudalada familia de banqueros, que se hizo célebre por haber formado una fabulosa biblioteca...

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Lejos de la chata formalidad académica y de la cháchara trivial que hoy por cualquier motivo suscita, siempre es bueno aproximarse al arte de la mano de quienes verdaderamente simpatizan con él, como, entre otros pocos, aquellos viejos maestros que, durante el siglo XIX y comienzos del XX, pugnaron por crear una ciencia específica dedicada enteramente al estudio de su historia y su conceptualización. Uno de los más singulares entre éstos fue el judío alemán Aby Warburg (1866-1929), primogénito de una acaudalada familia de banqueros, que se hizo célebre por haber formado una fabulosa biblioteca interdisciplinar, aunque centrada en una interpretación culturalista del arte y, sobre todo, por haber patrocinado una feraz escuela de historiografía artística, conocida, según la versión de uno de sus más conspicuos y reputados discípulos, Erwin Panofsky, como "iconológica". La ascensión al poder de los nazis provocó el traslado de la biblioteca a Londres, donde sigue abierta y operativa como centro de investigación con la denominación oficial de Warburg Institute, y el estallido de la Segunda Guerra Mundial propició que algunos de los representantes de este nuevo método se afincaron también en Estados Unidos, lo cual contribuyó a la extensión universal de sus ideas.

Pero no trato aquí de Warburg por todo lo que acabo de apuntar, que institucionalmente está al alcance de cualquiera, sino al hilo de la lectura de un ensayo, Aby Warburg y la ciencia sin nombre, del pensador italiano Giorgio Agamben (Roma, 1942), incluido en una recopilación de este autor, cuya traducción castellana acaba de publicarse con el título La potencia del pensamiento (Anagrama), donde se profundiza sobre la personalidad y el proyecto de este gran intelectual y mecenas, distinguiéndolos de los de sus discípulos más sobresalientes, continuadores a su manera de su formidable legado. Desde luego, Aby Warburg fue un personaje muy especial e interesante, dotado de una pasión, a veces, patológicamente desequilibrante, como puede apreciar quien lea su biografía canónica, escrita por uno de sus más autorizados y brillantes seguidores, Ernst H. Gombrich, obra traducida a nuestro idioma, como la hasta ahora principal recopilación de sus escritos, titulada El renacimiento del paganismo. Aportaciones a la historia cultural del renacimiento europeo.

Atrapado personalmente por lo que actualmente se diagnostica como un trastorno psíquico bipolar, pero, a su vez, fascinado por lo que él consideraba la dolencia esquizofrénica de la cultura occidental, hay, sin duda, una doble intención terapéutica en todo lo que emprendió Aby Warburg, pero lo importante del desciframiento crítico que Agamben nos propone de su proyecto intelectual es el llevarlo hasta su primordial apertura de constituir, en efecto, una "ciencia sin nombre" y no simplemente una escuela o método iconológicos. Lo innombrado por innombrable de esta paradójica ciencia lo puso el arte, pero no porque sólo quepa relacionarse con éste a través de una romántica vivencia mística, sino porque su acceso exige un constante desplazamiento laberíntico, en cuyo recorrido hay que ir reformulando cada vez el mapa. Esta peculiar cartografía responde, en última instancia, a la impredecible deambulación del arte mismo, que se relaciona, por tanto, más y mejor, con los amantes de las sendas inexploradas.

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