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Detalles poselectorales

- 1. Bipartidismo. Las pasadas elecciones han exacerbado las tendencias naturalmente bipartidistas del sistema político español. La proporción de diputados que no se alinean con los dos grandes partidos se ha reducido a más de la mitad en pocos años. Ahora no llegan a 30 los diputados atípicos, frente a los casi 70 que acumulaban el resto de los partidos en 1989. Lo cierto es que nunca había habido tanta acumulación bipartidista en el Congreso de los Diputados. Y desde 1996 el descenso de pluralismo político (si lo relacionamos con la mayor o menor presencia de diputados de dist...

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- 1. Bipartidismo. Las pasadas elecciones han exacerbado las tendencias naturalmente bipartidistas del sistema político español. La proporción de diputados que no se alinean con los dos grandes partidos se ha reducido a más de la mitad en pocos años. Ahora no llegan a 30 los diputados atípicos, frente a los casi 70 que acumulaban el resto de los partidos en 1989. Lo cierto es que nunca había habido tanta acumulación bipartidista en el Congreso de los Diputados. Y desde 1996 el descenso de pluralismo político (si lo relacionamos con la mayor o menor presencia de diputados de distintas fuerzas políticas parlamentarias) en las Cortes ha sido constante y profundo. ¿Cómo deberíamos valorarlo? Desde mi punto de vista es preocupante, ya que la realidad social y territorial de España casa mal con el mapa tremendamente bicolor que estos días nos muestran los medios de comunicación. Sobre todo, porque es difícil imaginar que los populares mantengan la capacidad de encarnar y representar un conjunto de opciones políticas, económicas y sociales que vayan desde la extrema derecha xenófoba y autoritaria, a democratacristianos y liberales de estilo y matriz europea. Y lo mismo podríamos decir de los socialistas, aparentemente capaces de contener desde votantes dubitativos entre el PP y el PSOE o tibios socialdemócratas muy cómodos en la nueva globalización financiera y el desarrollismo sin límites, hasta personas muy metidas en políticas alternativas en materia económica o profundos valedores de respuestas radicales en materia de sostenibilidad. El país seguramente da para más. Y si no es así, si el futuro nos empuja cada vez más hacia la existencia de sólo dos alternativas viables (como defendía Maragall hace unas semanas), entonces sería bueno que las formas organizativas de los partidos y sus mecanismos de designación de dirigentes y candidatos respondieran mejor a esa nueva realidad bipolar (al estilo de lo que ocurre en Estados Unidos). Pero entiendo que sigue siendo viable y necesario contar con una mayor pluralidad política que incorpore nuevas ideas y valores al debate y a la esfera pública, evitando que crezcan los incentivos a buscar fuera del sistema esos espacios de alternatividad.

Hay problemas en la propia configuración del sistema político y electoral de España que favorecen el bipartidismo

- 2. Medios de comunicación. No creo que podamos desconectar la reflexión sobre el bipartidismo del papel que desempeñan en el debate político institucional los medios de comunicación. El profesor Giovanni Sartori ya nos advertía de ello en su Homo Videns, e insiste en ello Josep Maria Vallès en su último libro (Una agenda imperfecta) cuando afirma que "la credibilidad de la política democrática es incompatible con una dinámica comunicativa que impulsa la descalificación en bloque del adversario y de sus posiciones". En estas últimas semanas hemos visto como casaban perfectamente las agendas de los dos grandes partidos (interesados en limpiar de obstáculos periféricos la contienda a dos que deseaban) con los grandes grupos de comunicación que se movían mucho mejor en una realidad bipolar que en un escenario multipolar. Conviene sólo recordar la forma en que fue recogido por los medios de comunicación el debate a cinco en TV-3 y la manera muy distinta en que se publicitaron los dos debates entre Zapatero y Rajoy. Mientras que en el primer caso era difícil sacar en limpio ganadores y perdedores, y todo se llenaba de matices incómodos, en el caso del debate a dos, el morbo de quién había ganado, las encuestas instantáneas y las portadas de los medios el día siguiente mostraban la fuerza mediática y publicitaria del evento. Tenemos, pues, una bipolaridad alimentada y querida por los grandes partidos y por los grandes medios de comunicación

- 3. Alternativas. Es evidente, por otra parte, que hay ciertos problemas en la propia configuración del sistema político y electoral que favorecen el bipartidismo. Sabemos que la Constitución española fija sólo el número máximo y mínimo de diputados (entre 350 y 400). Desde 1977 nos hemos situado en la parte baja de la horquilla, y además, al fijarse el mínimo de diputados de provincia en dos, sólo quedan 250 para distribuir de forma proporcional a la población. No es, pues, extraño que en circunscripciones de menos de 10 diputados (la inmensa mayoría) la proporcionalidad sea muy poco operativa, lo que convierte la contienda en una opción dicotómica, y sólo terceros partidos específicamente territoriales pueden también llegar a obtener representación. Y es precisamente eso lo que molesta a muchos, que postulan modificar la legislación electoral para precisamente impedir esa anomalía periférico-nacionalista. A la postre, el casi medio millón de votos que ha costado cada diputado de Izquierda Unida-Alternativa contrasta con los poco más de 65.000 votos que han tenido que reunir socialistas y populares para obtener un escaño. No creo que sea factible modificar a corto plazo el sistema electoral, pero resultaría relativamente fácil aumentar a 400 los diputados que elegir, lo que favorecería una mayor proporcionalidad y pluralidad. Lógicamente, en el caso de modificar el sistema electoral, un sistema a dos vueltas como el que funciona en Francia aseguraría pluralidad y gobernabilidad en proporciones razonables.

- 4. Senado. Esperemos que en esta legislatura pueda abordarse finalmente la reforma del Senado. El nivel de desconcierto que genera su elección es sólo proporcional a la inutilidad de su existencia. El pasado domingo era grotesca la confusión existente entre el electorado al contemplar las proporciones y el contenido de la papeleta. No es extraño que la suma de votos blancos y nulos en la votación del Senado en España haya superado el millón de personas (en porcentaje, el 2,26 de votos nulos y el 2,02 de votos en blanco). En Cataluña, la cifra es de casi 200.000 votos nulos y blancos (en porcentaje, el 2,9 de votos nulos y el 2,8 de votos en blanco), bastante más del doble que ese mismo tipo de votos en las urnas del Congreso. La perspectiva federal debería abrirse paso, convirtiendo al Senado en algo que no sea redundante, ya que sólo en contadas ocasiones añade valor al proceso legislativo

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.

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