Reportaje:

Carlos volverá a trotar en el Prado

Un lienzo de Van Dyck oculto tres siglos será restaurado y expuesto

Los muros del Museo del Prado muestran a diario el destello de la historia de Europa ante la mirada de miles de personas que la contemplan, inmortalizada, sobre excelsos lienzos. Pese a haber surgido del pincel del pintor flamenco y amigo de España Anton van Dyck (1599-1641), uno de esos lienzos aún languidece, cegado su fulgor, en los almacenes del museo. Permanece envuelto en un silencio que ha durado casi 300 años: nunca fue exhibido en museo alguno, desde que en 1726 engrosara la colección de Felipe V.

Por ello, Matías Díaz-Padrón, ex conservador-jefe y experto en pintura flamenca d...

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Los muros del Museo del Prado muestran a diario el destello de la historia de Europa ante la mirada de miles de personas que la contemplan, inmortalizada, sobre excelsos lienzos. Pese a haber surgido del pincel del pintor flamenco y amigo de España Anton van Dyck (1599-1641), uno de esos lienzos aún languidece, cegado su fulgor, en los almacenes del museo. Permanece envuelto en un silencio que ha durado casi 300 años: nunca fue exhibido en museo alguno, desde que en 1726 engrosara la colección de Felipe V.

Por ello, Matías Díaz-Padrón, ex conservador-jefe y experto en pintura flamenca del Museo del Prado, tras un estudio exhaustivo de varios años, pide hoy el reconocimiento de su autoría y su restitución a las mejores paredes de la pinacoteca. Alejandro Vergara, hoy responsable de pintura flamenca del museo, comparte su demanda y anuncia la restauración del lienzo -sucio por lustros de polvo, óxidos y ajados barnices- hasta ahora considerado como copia.

El cuadro está en los almacenes del museo, sucio por lustros de polvo
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El cuadro retrata al rey Carlos Estuardo (Dumfermline, 1600-Londres, 1649) quien, como príncipe de Gales heredero de Jacobo I de Inglaterra, Irlanda y Escocia, visitó Madrid en 1623 para cortejar a la infanta María, hija del Felipe III. Llamado El príncipe gorrón por sus siete meses de regalada estadía -la coyunda no llegaría nunca-, adoptó gustos y ademanes del Madrid cortesano. Trotó a corcel sobre el entonces bosquete de El Prado. Incluso Diego Velázquez le hizo un espléndido dibujo por el que pagó 100 ducados.

Aquella influencia fue tan intensa que Carlos vestiría luego la corte londinense de etiqueta madrileña. Devoto de los retratos velazqueños, quiso regalarse con la finura de Anton van Dyck, el excelso pintor de Amberes. Carlos I Estuardo se dejó inmortalizar por el pintor flamenco, discípulo de Van Balen primero y de Pedro Pablo Rubens después, cuando contaba apenas 16 años: tal era su talento.

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El experto Matías Díaz-Padrón ha logrado identificar en la tela de 3,66 por 2,81 metros, que dormita en los almacenes del Prado, la sublime mano de Van Dyck. De las tres pinturas ecuestres que realizó a Carlos I, la más célebre es la de la National Gallery de Londres, pero la más deslumbrante es precisamente la que atesora el Prado, "por la belleza, elegancia y tristeza que destila", dice Díaz-Padrón, más por la planta de su corcel y los sombríos fondos que preludian el tremendo fin del monarca inglés: fue decapitado en enero de 1649 en la Torre de Londres.

La documentación hallada por Matías Díaz-Padrón en su indagar histórico sitúa esta pintura en la almoneda convocada por el Parlamento de Londres a la muerte del infortunado Carlos I: su amor por el derroche, explícito en un lienzo como éste, que costó 3.000 ducados al erario inglés, fue causa coadyuvante de su acceso al patíbulo a manos puritanas, hecho que -quizás- explica el supersticioso rechazo por exhibir este óleo en Madrid.

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