Crítica:

Naturaleza tuerta

Tras la revelación que supuso el estreno de Niños robados (1992), el italiano Gianni Amelio ha ido consolidando un discurso capaz de hacerse eco del compromiso testimonial de sus maestros bajo las formas de lo que ha dado en llamarse cine de consumo.

Sería injusto considerarle un Rossellini o un Vittorio de Sica para la era de las multisalas (o de los cada vez más estereotipados circuitos de exhibición en versión original) -Lamérica (1994), Así reían (1998) y Las llaves del reino (2004) son trabajos notables-, pero su carrera es el perfecto testimonio de unos...

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Tras la revelación que supuso el estreno de Niños robados (1992), el italiano Gianni Amelio ha ido consolidando un discurso capaz de hacerse eco del compromiso testimonial de sus maestros bajo las formas de lo que ha dado en llamarse cine de consumo.

Sería injusto considerarle un Rossellini o un Vittorio de Sica para la era de las multisalas (o de los cada vez más estereotipados circuitos de exhibición en versión original) -Lamérica (1994), Así reían (1998) y Las llaves del reino (2004) son trabajos notables-, pero su carrera es el perfecto testimonio de unos tiempos en los que el mensaje necesita recurrir al sentido del espectáculo para su supervivencia.

Desafortunadamente, su último trabajo, La estrella ausente, adaptación libérrima de la novela La dismissione de Ermanno Rea, se acerca peligrosamente a una versión fast food de la película que podría haber sido. El resultado es, pues, casi un Rossellini de multisalas. O un Jia Zhang Ke traducido, para perezosos, al lenguaje de la obviedad sentimental y el subrayado.

LA ESTRELLA AUSENTE

Dirección: Gianni Amelio.

Intérpretes: Sergio Castellitto,Tai Ling, Hiu Sun Ha, Lin Wang.

Género: drama. Italia-Francia-Suiza, 2006.

Duración: 103 minutos.

Amelio ofrece casi una autocrítica criptografiada en el nombre de su personaje protagonista: el Vincenzo Bonocore del original literario se convierte aquí en un Vincenzo Buonavolontà con la mirada melancólica de Sergio Castellitto. Y aunque el chiste fácil sea servido al crítico en bandeja tan sospechosamente reluciente, lo cierto es que hay más buena voluntad que auténtico corazón en esta historia: la odisea simbólica del técnico de mantenimiento de unos desmantelados altos hornos napolitanos que, para evitar previsibles accidentes laborales, viaja hasta la China para incorporar a la maquinaria vendida una válvula redentora.

En La dismissione, Rea describía el crepúsculo de una cultura del trabajo bajo las transformaciones de una economía globalizada: el obrero artesano perdía el que había sido el territorio de su dignidad, así como el ámbito de una solidaridad condenada a caducar en el emergente mapa de nuevas relaciones humanas. Hay que ser, no obstante, justo con las ambiciones de Amelio: su estrategia suma una capa de complejidad, al convertir el paisaje en decadencia de la Italia posindustrial en imagen especular de esa China en construcción que también deja el factor humano en los márgenes del camino, como tan bien mostró el Jia Zhang Ke de la excelente Naturaleza muerta. En la película de Amelio, Castellitto parece un turista de la buena voluntad paseándose entre los espacios de Naturaleza muerta: allí donde mire habrá un niño desvalido y conmovedor, mientras la banda sonora se esfuerza en decirnos cómo nos tenemos que sentir a cada instante.

Sergio Castellitto y Ling Tai.
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