Columna

El porquero de Agamenón

Francisco Guerrero, juez de lo Penal de Sevilla, ha dictado una clase de periodismo: la verdad no tiene importancia, tan sólo la diligencia con la que se practica la profesión. Quien se aplique en su trabajo aunque publique mentiras está exento de la actuación de la justicia e incluso se convierte en un brillante periodista. El Mundo publicó una información en la que aseguraba que Manuel Chaves y Luis Pizarro habían ordenado espiar al entonces presidente de Caja San Fernando. El redactor Javier Caraballo llamó por teléfono a Luis Pizarro el día antes, y aunque este lo desmintió no titul...

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Francisco Guerrero, juez de lo Penal de Sevilla, ha dictado una clase de periodismo: la verdad no tiene importancia, tan sólo la diligencia con la que se practica la profesión. Quien se aplique en su trabajo aunque publique mentiras está exento de la actuación de la justicia e incluso se convierte en un brillante periodista. El Mundo publicó una información en la que aseguraba que Manuel Chaves y Luis Pizarro habían ordenado espiar al entonces presidente de Caja San Fernando. El redactor Javier Caraballo llamó por teléfono a Luis Pizarro el día antes, y aunque este lo desmintió no tituló "acusan", "según parece" ni otra expresión que pusiese en boca de una tercera persona la acusación. El periódico aseguró que había espionaje. Lo que tan afamado juez y maestro de periodistas llama "determinadas técnicas periodísticas" se llamaba, en versión piadosa, amarillismo. Incluso alguien podría pensar que se trataba de una operación política para cambiar la mayoría política de las cajas sevillanas y beneficiar al PP. Así que el sensacionalismo y la manipulación son técnicas periodísticas, según el juez. Ya se ve que en esta profesión cualquiera puede dar clases. Hace años había una expresión penal que era la exceptio veritatis: la verdad eximía de responsabilidad. Ahora la verdad carece de interés si hay diligencia. Así que uno se inventa cualquier patraña, hace un par de llamadas y queda ha cubierto de la acción judicial. No hay mayor problema si ya estamos metidos en tomates, en uso de cámaras ocultas, en periodistas sin contratos o en indocumentados cuya gesta profesional es el avistamiento de extraterrestres. Así que no importa que el supuesto espionaje fuera falso, como resolvió la Audiencia Provincial. Si no importa la verdad, lo demás son minucias. Seamos diligentes y con eso basta.

Lo bueno que tiene la sentencia es que Andalucía ya no es un régimen, habida cuenta de que los jueces dictan sentencias contra el presidente de la Junta. Es posible que en Andalucía ya haya libertad de expresión, porque se ve que el presidente pierde juicios contra periodistas. No sólo la profesión es distinta a la luz de esta sentencia sino que el peligro de convertir Andalucía en un régimen autoritario se ha desvanecido en unas horas. Si usamos esa misma diligencia en ponernos a pensar qué hubiera pasado si la sentencia hubiera sido diferente: los intrépidos defensores de una libertad que nunca estuvo amenazada hubieran dicho y escrito que Chaves era como Chávez y otras ocurrencias del mismo nivel intelectual. Menos mal que los mártires de la libertad de expresión luchan por todos nosotros para mantener el periodismo en niveles de diligencia nunca alcanzados, y nuestra tierra con la libertad en lo más alto, aunque se imputen delitos falsamente y se nieguen a rectificar. Aquella máxima de que los hechos son sagrados y las opiniones libres, ahora se mezclan y confunden en el quehacer periodístico de algunos medios con mucha diligencia y con las técnicas periodísticas al gusto del juez. Se titula una mentira pero como se echaron unas horas en hacerla, todo está bien. A mayor abundamiento, aquello que se presentó como un atentado del Gobierno andaluz contra la justicia, el robo de la cinta de vídeo, ha terminado por beneficiar a los ahora absueltos. Podemos respirar tranquilos porque, además de haber salvado al periodismo y a la libertad, ha quedado a salvo la justicia. Hace años siempre que había un robo se pensaba quién era el beneficiario. Pero eso es el pasado y aquí estamos en el venturoso presente. Gracias por haber salvado a la justicia, a la libertad y al periodismo. Los ciudadanos estaremos eternamente agradecidos. Gracias también a los intrépidos reporteros por su diligencia. En el caso hipotético, Dios no lo quiera, que una instancia superior revocara la sentencia, volveríamos a tener en peligro periodismo, justicia y libertad. Mientras tanto, su señoría ha dejado constancia de que son indiferentes Agamenón y su porquero.

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