Columna

Terrorismo, no

Tres vecinos de una parroquia de Santiago de Compostela, "os tres do Eixo", siguen presos a la espera de que se tramite un indulto y puedan volver con sus familias estas navidades. Y hace sólo unos días dos jóvenes, que fueron detenidos cuando transportaban explosivos en un automóvil, ingresaron en prisión. Sus familias no los tendrán con ellos estas fiestas.

La experiencia de la cárcel es dura y única, aunque cada uno la vive de distinta manera (hay quien se sabe preso injustamente), y es una situación vital de una impotencia terrible. Por eso necesitan nuestro apoyo. También hay q...

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Tres vecinos de una parroquia de Santiago de Compostela, "os tres do Eixo", siguen presos a la espera de que se tramite un indulto y puedan volver con sus familias estas navidades. Y hace sólo unos días dos jóvenes, que fueron detenidos cuando transportaban explosivos en un automóvil, ingresaron en prisión. Sus familias no los tendrán con ellos estas fiestas.

La experiencia de la cárcel es dura y única, aunque cada uno la vive de distinta manera (hay quien se sabe preso injustamente), y es una situación vital de una impotencia terrible. Por eso necesitan nuestro apoyo. También hay quien se siente preso por algo que asume internamente, lo cual puede desencadenar un proceso de reflexión y revisión de los pasos andados hasta llegar a prisión o bien puede reafirmar al condenado en lo que ha hecho y en las convicciones que lo han llevado hasta allí.

Finalmente, el terrorismo devora la causa y sólo queda él mismo como problema

Peor sería que hubiese estallado la bomba que portaban; una bomba nunca construye, sólo destruye. Circulan todavía ideas que afirman que la destrucción es necesaria para la construcción de algo mejor; quién sabe, los constructores también utilizan dinamita para romper rocas y demoler edificios. Pero una bomba donde vive gente lo que destruye son viviendas y cuerpos. No ha habido heridos, ni ellos ni otras personas, mejor, pero ideas que son dinamita siguen circulando aquí.

La juventud es testosterona, una energía que se puede canalizar construyendo o destruyendo. Esa energía siempre fue canalizada. En épocas de paz los jóvenes quienes construyeron los edificios y las fábricas y en épocas de guerra fueron enviados al frente a destruirlos. Es tiempo de paz no hay guerra ni servicio militar, pero los jóvenes ya no emigran en barcos a América ni en trenes a Francia, Suiza o Alemania. Hoy estamos eximidos del trabajo duro, abusivo. Eo es bueno, pero tenemos un excedente de energía y la sociedad no sabe bien qué hacer con sus jóvenes, ya no los necesita como trabajadores.

¿Queremos entonces buenos consumidores? ¿El buen consumidor es un ciudadano? ¿Queremos formar ciudadanos? ¿Es posible madurar sin la experiencia del trabajo? Cualquiera sabe. La juventud siempre será impulso vital y se encuentra en el camino con ideas que les ponen delante las generaciones precedentes, es evidente que hay jóvenes que se tropiezan entre nosotros con la idea de la violencia como algo atractivo.

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La violencia tiene un atractivo indudable, da las estampas más estéticas. Siempre fue así, la violencia es algo natural, está en los genes de nuestra especie y es una forma de expresión; es la sociedad quien tiene que canalizar esa violencia para que no sea autodestructiva.

Hay que recordar, reafirmar y reargumentar algún principio moral en los que se basa nuestra cultura, incluso la cultura de hordas de primates. Matar está mal, es delito, pecado, hacer algo contra el orden de la vida. Y poner bombas entre nosotros es evidentemente autodestructivo.

Cuando quien pone bombas lo argumenta con una ideología, esa ideología debe revisarse autocríticamente. En este caso, el nacionalismo gallego debe criticar eso duramente, debe educar a la juventud en la crítica a cualquier atentado violento contra bienes o personas. Igual que el izquierdismo generó dentro de sí ideas que legitimaban y estimulaban la violencia, también el nacionalismo lo hizo.

Demasiadas veces hemos oído y leído palabras de dirigentes nacionalistas demasiado inflamadas, retórica exaltada de modo frívolo, y la violencia verbal implícitamente da pie a la violencia de quien necesita echar fuera energía. Las palabras de los mayores pueden animar a los jóvenes, ésa es la responsabilidad.

El terrorismo no sólo destruye los bienes o a las personas víctimas de los atentados, sino también a quienes lo practican. Todos ellos, terroristas y víctimas, son vidas afectadas, truncadas y familias desgraciadas. Pero también daña a las causas que dice defender: el terrorismo es un parásito que destruye la causa que alega.

Cuando la sociedad da una respuesta a un problema, cuando se genera una movilización social, si interviene el terrorismo en nombre de esa causa, la desprestigia y, finalmente, la suplanta. Cualquier causa le vale para parasitar, se trate de una aspiración ecológica, laboral o de una reivindicación nacional.

Finalmente, el terrorismo devora la causa y sólo queda él mismo como problema. Como sucede con el terrorismo vasco: ETA es el problema en sí mismo, no la cuestión nacional vasca. Ahora que esta organización terrorista da vueltas sobre sí misma sin saber cómo salir de su laberinto para desaparecer de forma definitiva, es triste que entre nosotros haya personas que envidien esa desgracia. Hay que decirlo.

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