Columna

La patria atrapada

Hace unos días asistí a un acto en el espléndido Salón del Rectorado de la Universidade da Coruña en La Maestranza, frente al mar. A su remate, como por lo visto ya es costumbre, se corrieron los grandes cortinones de la trasera del escenario abriéndonos a un vista excepcional, desde la torre de control portuario sita junto al castillo de San Antón, en la ribera propiamente coruñesa, hasta la tierra revuelta por las obras del puerto exterior de Ferrol, enfrente, al otro lado de la ría, pero visualmente muy cerca.

Y no fue sólo la belleza del paisaje la que llamó mi atención. También la ...

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Hace unos días asistí a un acto en el espléndido Salón del Rectorado de la Universidade da Coruña en La Maestranza, frente al mar. A su remate, como por lo visto ya es costumbre, se corrieron los grandes cortinones de la trasera del escenario abriéndonos a un vista excepcional, desde la torre de control portuario sita junto al castillo de San Antón, en la ribera propiamente coruñesa, hasta la tierra revuelta por las obras del puerto exterior de Ferrol, enfrente, al otro lado de la ría, pero visualmente muy cerca.

Y no fue sólo la belleza del paisaje la que llamó mi atención. También la obviedad de que, puestos a definir una zona portuaria, no un puerto solo, quiero decir, sino un conjunto de instalaciones, que podrían incluso integrar a varios puertos básicos, especializados quizá en actividades diferentes, pero conformando, por así decir, que no conozco el léxico profesional al uso, una única organización portuaria, pues parecía obvio, como digo, que todo aquello que pudiese sumarse en ella estaba allí ante mis ojos.

Las obras del puerto exterior siguen adelante ante la opinión extendida de que se hacen porque sí

Digo más: desde la Maestranza se ve que si desde el puerto coruñés se plantease con rigor su ampliación, o una reordenación de su actividad con ansias expansivas, sería difícil basarla en otra propuesta que no fuese la integración en un esquema organizativo único de las instalaciones ya existentes o de las que se puedan construir aún en las riberas del Golfo Ártabro.

Y sin embargo, cuando la autoridad portuaria y el ayuntamiento coruñés diseñaron una exteriorización del puerto, no miraron hacia ese lado del mar, sino al contrario, con toda una península de por medio, de modo que lo que hoy es puerto interior y mañana pueda ser puerto exterior de A Coruña son dos cosas no sólo distintas sino también distantes, ni siquiera la una a la vista de la otra, como sí que sería con las instalaciones de enfrente, que podrían ser gestionadas incluso desde una misma torre de control.

Esa decisión sólo puede ser entendida si es que no se trata de una exteriorización del puerto coruñés, sino de su eliminación. De sacar el puerto interior de donde está, eliminarlo, para incorporar a la ciudad un espacio de condiciones excepcionales para usos urbanos, a costa de eliminar el puerto comercial.

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En realidad, a costa de que la propia ciudad renuncie a su condición histórica y esencial de ciudad portuaria. Coruña, en el futuro, puerto, lo que se dice puerto, sólo tendrá un puerto deportivo. Se acabó lo demás.

Con otra condición: no perjudicar gravemente los intereses industriales atendidos desde el puerto actual, trasladando las instalaciones correspondientes lo más cerca posible de las plantas de sus usuarios. Por eso el puerto exterior no se queda en el golfo Ártabro, como parecería obvio, sino al otro lado, lejos de la zona portuaria común pero cerca de las industrias energéticas que tienen instalaciones en el actual puerto coruñés.

Bien, ¿qué quieren que les diga? Las actividades de esas industrias no son poco importantes, ni tampoco las de muchas otras que están instaladas en los polígonos industriales que hay saliendo de A Coruña hacia Bergantiños. Aunque mucho me temo que en esa parte de la costa no se dispondrá de condiciones tan favorables para la emergencia de un gran puerto integrado que sí existen ya en el golfo Ártabro. Esta es, pues, una apuesta de vuelo corto. O más: si hablásemos de hacer planes para la potenciación un gran puerto o al menos de unas buenas instalaciones portuarias para el futuro, tengo dudas de que esa haya sido una decisión correcta.

Las obras de ese llamado puerto exterior coruñés, sin embargo, siguen adelante. Ante la opinión no poco extendida de que se hacen sólo porque sí, por empeño de uno o dos y sin reparo en intereses más generales o a más largo plazo. Pero se hacen. Se siguen haciendo, resultando a cada día que pasa tan sin sentido haberlas empezado como suspenderlas.

Y es que parece que estamos en una patria atrapada en tener que acabar lo que en realidad, si por nosotros fuera, no habríamos comenzado.

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