Editorial:

Regreso sangriento

El regreso de Benazir Bhutto a Pakistán, que se preveía tan triunfal como plagado de peligros, se ha saldado con un terrible atentado que de madrugada había causado 124 muertos y centenares de heridos y que a punto estuvo de costar la vida a la ex primera ministra y líder del más popular partido paquistaní. El culebrón político del atribulado país asiático ha quedado teñido de sangre, vertida por un terrorismo que muy fácilmente se puede atribuir a un terrorismo de raíz islámica, próximo o directamente identificable con Al Qaeda.

Benazir Bhutto llegó a su país tras un exilio de ocho año...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El regreso de Benazir Bhutto a Pakistán, que se preveía tan triunfal como plagado de peligros, se ha saldado con un terrible atentado que de madrugada había causado 124 muertos y centenares de heridos y que a punto estuvo de costar la vida a la ex primera ministra y líder del más popular partido paquistaní. El culebrón político del atribulado país asiático ha quedado teñido de sangre, vertida por un terrorismo que muy fácilmente se puede atribuir a un terrorismo de raíz islámica, próximo o directamente identificable con Al Qaeda.

Benazir Bhutto llegó a su país tras un exilio de ocho años y después de negociar con un aliado potencial, el presidente Pervez Musharraf, y al margen de la legalidad, su amnistía por cargos de corrupción y los términos de su reincorporación a la vida política. El inestable Pakistán es un país de oligarquías políticas y corruptos Gobiernos civiles, arbitrado por militares golpistas y también venales, los verdaderos dueños del poder. A falta de la letra pequeña, el pacto entre el acosado Musharraf y Bhutto, dos veces jefa del Gobierno y acusada de delitos económicos a gran escala, aunque no convicta, ha sido alentado por Estados Unidos como mal menor y pretende devolver una fachada democrática y civil a la potencia atómica islámica.

Más información
Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

El general Musharraf, supremo jefe militar, que recientemente ha ganado unas elecciones amañadas para seguir otros cinco años en la presidencia -en las que no han participado los partidos opositores y cuya validez todavía tiene que certificar el Supremo-, ha prometido quitarse finalmente el uniforme el 15 de noviembre, antes de ser investido de nuevo, y facilitar la transparencia de los comicios parlamentarios de enero. La recién llegada tiene así el camino expedito para dirigir en esas elecciones al mayor partido laico de Pakistán, con el compromiso de combatir el creciente fundamentalismo islamista. Un extremismo que Musharraf, tras ocho años y pese a su alianza con Washington, es incapaz de contener, tanto en la frontera con Afganistán, donde Al Qaeda y los talibanes son cada vez más fuertes, como en la sociedad civil paquistaní, como se hace evidente con los dos bombazos que ayer ensangrentaron Karachi.

Bhutto tiene además el camino allanado por el hecho de que para su principal rival, el también ex primer ministro Nawaz Sharif, derrocado por Musharraf, no ha habido amnistía. Sharif intentó regresar a Pakistán desde su exilio y fue devuelto al avión que le llevaba.

Archivado En