Entrevista:EULÀLIA VINTRÓ | Catedrática de Filología Griega y ex diputada

"En el Congreso no hay mal humor, sino mala educación"

Catedrática de Filología Griega, diputada por el PSUC, concejal durante 16 años en el Ayuntamiento de Barcelona, Eulàlia Vintró (Barcelona, 1945) abrió ayer en Vitoria el congreso El humor en el mundo antiguo, con una conferencia sobre Hipócrates y su teoría de los humores. Desde la distancia, entiende que el mejor humor para la vida pública es el flemático, y que la actual crispación parlamentaria no se debe al humor colérico, sino a la mala educación.

Pregunta. ¿Qué es el humor?

Respuesta. Desde el punto de vista científico antiguo es un líquido que constit...

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Catedrática de Filología Griega, diputada por el PSUC, concejal durante 16 años en el Ayuntamiento de Barcelona, Eulàlia Vintró (Barcelona, 1945) abrió ayer en Vitoria el congreso El humor en el mundo antiguo, con una conferencia sobre Hipócrates y su teoría de los humores. Desde la distancia, entiende que el mejor humor para la vida pública es el flemático, y que la actual crispación parlamentaria no se debe al humor colérico, sino a la mala educación.

Pregunta. ¿Qué es el humor?

Respuesta. Desde el punto de vista científico antiguo es un líquido que constituye el cuerpo humano, al que Hipócrates le dio cuatro acepciones: sangre, pituita, bilis amarilla y bilis negra. Unos siglos después, Galeno asoció esos cuatro humores a cuatro temperamentos, una combinación que ha seguido vigente hasta hace bien poco: sanguíneo, flemático, melancólico y colérico.

"El cambio en la vida pública se debe a una falta de capacidad argumentativa. Vivimos tiempos superficiales. Ahora hay menos rigor"

P. De ahí la vinculación entre el humor corpóreo y el humor como estado anímico.

R. Efectivamente. Así está registrada en la lengua con expresiones como echar bilis, ponerse verde de envidia, hacerse mala sangre, tener sangre de horchata, la flema británica.

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P. ¿Qué humor es el idóneo para afrontar una actividad pública?

R. Creo que el flemático está bien, en el sentido que supone una cierta capacidad de reposo y reflexión, y, sobre todo, distanciamiento. Cualquier actividad pública requiere la virtud de estudiar las situaciones con cierto alejamiento antes de afrontarlas.

P. Da la impresión de que los diputados han cambiado de humor desde que estuvo usted en el Congreso.

R. Más que en el humor, el cambio se ha producido en la educación. No es que haya más coléricos que flemáticos, sino que, sencillamente, no se atiende al razonamiento contrario. Se debe a una falta de educación, y no por el insulto, que sí puede provenir de un momento de cólera, de pérdida de la conciencia, sino por la actitud de no escuchar.

P. ¿A qué se debe este cambio en la vida pública?

R. A una falta de capacidad argumentativa. Uno agrede cuando no tiene argumentos para replicar. Vivimos tiempos superficiales. Ahora hay menos rigor, no se profundiza. En mis tiempos, ya me quejaba de que quienes me contestaban llevaban el papel escrito. Yo nunca fui a la tribuna del Congreso con un discurso preparado; llevaba un pequeño guión que modificaba en función de la exposición de quien me había precedido.

P. ¿Echa de menos aquellos años?

R. No. Me lo pasé muy bien, aprendí mucho, fue una formación extraordinaria, trabajé mucho, pero estoy en otra etapa, de la que también disfruto. Fueron veinte años en la política activa, 16 de ellos en el Ayuntamiento de Barcelona, lo que es demasiado para la institución y para mí.

P. En el consistorio barcelonés, vivió la transformación más importante de la ciudad en las últimas décadas.

R. Fue apasionante: viví la transformación de la Barcelona gris, triste, de espaldas al mar a la Barcelona abierta, marítima, alegre. Y, además, salvaguardando un nivel de cohesión social.

P. ¿Qué le parece la metamorfosis de Bilbao?

R. Hicimos el plan estratégico de Barcelona en 1987 y, al poco tiempo, Bilbao nos pidió asesoramiento, así que seguí de cerca su cambio. A mí no me pareció buena la apuesta del Guggenheim como motor de cambio. Me equivoqué, pero creo que el museo de Gehry llevaba detrás un proceso reflexivo de la sociedad más profundo. Ahora hay ciudades que piensan que con un edificio emblemático se resuelve el futuro, y no.

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