Columna

Agua Negra

Como diría el abuelo Cebolleta, el Arte de la Guerra ya nada tiene de arte y muy poco queda de la guerra de antes. Aquellas declaraciones solemnes y formales que llevaban a los ejércitos a enfrentarse en campo abierto, con uniformes impolutos, ya sólo sobreviven como un coñazo más en los libros de historia. El siglo XX se encargó de cambiar las cosas y el XXI lleva un buen carrerón a la hora de enguarrar más lo difícilmente enguarrable. Desde que los militares se dieron cuenta de que era absurdo pegarse entre colegas, aunque fueran de bandos contrarios, la población civil del mundo vive en un ...

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Como diría el abuelo Cebolleta, el Arte de la Guerra ya nada tiene de arte y muy poco queda de la guerra de antes. Aquellas declaraciones solemnes y formales que llevaban a los ejércitos a enfrentarse en campo abierto, con uniformes impolutos, ya sólo sobreviven como un coñazo más en los libros de historia. El siglo XX se encargó de cambiar las cosas y el XXI lleva un buen carrerón a la hora de enguarrar más lo difícilmente enguarrable. Desde que los militares se dieron cuenta de que era absurdo pegarse entre colegas, aunque fueran de bandos contrarios, la población civil del mundo vive en un sin vivir cuando aparecen tipos uniformados por las calles. Pero los ejércitos regulares (o sea, los que ni fu ni fa) ven fastidiados cómo se les vigila y se les pone en la picota en caso de desmanes con una graduación ética menor que la propia situación general. Para librarse de tanto Pepito Grillo, están los ejércitos irregulares, los mercenarios y las empresas de seguridad. Es el caso de Black Water (Agua Negra), una empresa americana que contrata a tipos duros del mundo entero para luchar por pasta y, de paso, echar una mano a los patriotas que luchan por la libertad. En Irak hay varios miles de chicos aguerridos de estos, armados hasta los dientes y ganando sueldos de escándalo con el horror. Les parecerá bonito.

La financiación del mercenario debe ser uno de los grandes negocios ocultos del planeta. Un negocio en expansión porque, como pasa con muchos avances científicos o tecnológicos, la guerra también sirve para implantar costumbres. (La Guerra Civil española, por ejemplo, consiguió arrinconar el tratamiento de usted entre adultos: en los dos bandos, todos, desde el general al tonto del pueblo, eran camaradas y se trataban de tú.) Así, la figura del mercenario está introduciéndose en todos los ámbitos de la vida. No hay más que mirar alrededor. La seguridad de los aeropuertos ha pasado a estar reforzada por centenares de seguretas que ocupan los puestos de los picoletos de antaño, que ahora se limitan a observar cómo pasa el tiempo y solucionar algún que otro problemilla con algún que otro pasajero furibundo. El Estado y sus administraciones han dado vía libre a esta simbiosis entre seguridad pública y privada como con la contratación de extranjeros en el fútbol. Hasta tal punto llega el trasvase entre los dos modelos, que el jefe de prensa del Foreign Office británico se pasa a jefeprensear (perdón por el neologismo) a los McCann y su misterioso caso de niña desaparecida, al parecer, entre las faldas del Papa, las piernas de Rubalcaba o en algún lugar insondable de Internet. Un mercenario de lujo financiado por Richard Branson, el jefe de Virgin, que ofrece unos servicios a dos ciudadanos cuando antes hacía el mismo trabajo para todos los súbditos de Su Graciosa Majestad. Ventajas de la empresa privada.

Trabajar por pasta es más lícito que hacerlo por la cara (y, en los tiempos que corren, hasta tiene más mérito), pero remolonear entre las funciones de funcionario y las disfunciones del empleado es terreno más resbaladizo. Los estados y los supraestados (como la Unión Europea) van contratando ellos mismos o propiciando la contratación de servicios que hasta ahora les estaban reservados en exclusiva. De ahí lo del Yak-42, el desastre ferroviario con la privatización de los trenes ingleses, los GAL, las autopistas de peaje y los centros privados concertados que acaban mordiendo la mano que les da el momio. Con los conflictos de intereses que esto supone, como es el caso de las empresas contratadas para extinguir incendios cuando su negocio es precisamente que ardan las cosas o las encargadas de limpiar chapapote (¡agua negra!), a las que la Providencia diera unos cuantos naufragios más al año.

Entre las aguas turbulentas del Tigris y el Éufrates, Agua Negra (Black Water) son los beneficiados más directos del conflicto. En el proceloso mar de límites borrosos del Estado moderno (¿?), aparte de mercenarios, nadan también agentes dobles, estraperlistas, quintacolumnistas y otras especies. Como decía Heráclito, "a río revuelto, ganancia de pescadores".

julian@discosdefreno.com

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