Sin cámaras de vigilancia y una obsesión por eliminar pruebas

Las investigaciones sobre el intento de atentado de ETA en Logroño parten con una ventaja y un obstáculo. La primera se debe a que se ha podido desactivar la bomba y, por lo tanto, recoger todos sus elementos intactos, lo que dará "muy buenos datos" a los investigadores, según confesó ayer uno de ellos. El hándicap es que la policía no podrá disponer de imágenes del coche ni de los alrededores de la Delegación del Ministerio de Defensa en la capital de La Rioja, porque el edificio carecía de cámaras de videovigilancia.

El intento de atentado revela, además, que ETA ha aumentado s...

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Las investigaciones sobre el intento de atentado de ETA en Logroño parten con una ventaja y un obstáculo. La primera se debe a que se ha podido desactivar la bomba y, por lo tanto, recoger todos sus elementos intactos, lo que dará "muy buenos datos" a los investigadores, según confesó ayer uno de ellos. El hándicap es que la policía no podrá disponer de imágenes del coche ni de los alrededores de la Delegación del Ministerio de Defensa en la capital de La Rioja, porque el edificio carecía de cámaras de videovigilancia.

El intento de atentado revela, además, que ETA ha aumentado su obsesión por la seguridad. Los terroristas habían colocado junto a los 61 kilos de amonal una garrafa negra con gasolina. El objetivo del líquido inflamable era que, tras el estallido, el interior del coche Ford Fiesta se incendiara y así se borrara cualquier huella, vestigio genético u otro dato que pudiera ser útil a los investigadores policiales.

Habitualmente, la banda coloca ese tipo de artefactos incendiarios en los coches que utiliza para la huida, pero no para los que revienta en un atentado. La destrucción propia de la carga explosiva suele dejar el coche reducido a hierros ennegrecidos y retorcidos en los que, no obstante, los Tedax y la Policía Científica, suelen obtener elementos útiles para las investigaciones.

Seguridad a toda costa

Este hecho, según las fuentes consultadas, revela una obsesión por la seguridad de la banda tras la cadena de golpes a su estructura y fallos en los atentados de las últimas fechas. De hecho, desde la voladura del aparcamiento de la T-4 (que el 30 de diciembre pasado costó la vida a dos ciudadanos ecuatorianos) sólo ha conseguido con plenos efectos (destructivos y propagandísticos) perpetrar el atentado contra la casa cuartel de la Guardia Civil en Durango, el 24 de agosto pasado (con dos heridos leves).

Dentro de esta obsesión se enmarcaría también la elección del lugar del estallido: un edificio cerrado, que en ese fin de semana carecía de vigilancia perimetral y que no tiene instaladas cámaras de seguridad o de videovigilancia. También entra en esta paranoia la rapidez en la ejecución (el coche se sustrajo el día 3 y el domingo ya estaba en Logroño), el propio lugar del robo del vehículo (más al norte de lo habitual).

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ETA, desde la ruptura formal de la tregua, ha visto cómo eran detenidos 27 supuestos miembros de la organización y ha perdido más de 600 kilos de explosivo, sin contar el que estalló en un olivar de Castellón el 26 de agosto, al sentirse descubiertos los etarras, cuando en realidad no habían sido avistados.

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