CINE

Reyes de la autorreferencia

Se conocieron en 1918, en el rodaje de A lucky dog, pero apenas se miraron. En 45 minutes from Hollywood (1926) compartieron película por segunda vez, aunque ni siquiera salían en la misma secuencia. De modo que hubo que esperar hasta 1927, año en el que a alguno de los jefes de la compañía de producción de Hal Roach (entre ellos un joven Leo McCarey) se le ocurrió la brillante idea de que aquel tipo con cara de panoli asustado y ese otro gordo de gesto mustio y mandón podían formar dúo. La pieza fundacional se llamaba The second hundred years y sus protagonistas eran el i...

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Se conocieron en 1918, en el rodaje de A lucky dog, pero apenas se miraron. En 45 minutes from Hollywood (1926) compartieron película por segunda vez, aunque ni siquiera salían en la misma secuencia. De modo que hubo que esperar hasta 1927, año en el que a alguno de los jefes de la compañía de producción de Hal Roach (entre ellos un joven Leo McCarey) se le ocurrió la brillante idea de que aquel tipo con cara de panoli asustado y ese otro gordo de gesto mustio y mandón podían formar dúo. La pieza fundacional se llamaba The second hundred years y sus protagonistas eran el inglés Stan Laurel y el estadounidense Oliver Hardy, integrantes a partir de ahí de una de las parejas cómicas más longevas e irresistibles de la historia.

Entre 1927 y 1935, Laurel y Hardy rodaron entre 8 y 10 cortos anuales (Big bussiness, The music box y Their purple moment quizá sean los mejores), historias en las que sacaban partido a sus descacharrantes y muy opuestas particularidades cómicas. Además, entre 1931 y 1951 protagonizaron una veintena de largometrajes, lo que les llevó a tener aún más éxito que con los cortos, destacando entre ellos Sons of the desert (1933) y Way out West (1937). Siempre centrados en el slapstick -humor físico basado en la exageración-, sus trabajos no tenían la magistral capacidad para el ritmo constante de Chaplin ni la magia de Buster Keaton, pero supieron adaptarse al sonoro mucho mejor que otros y sacaron petróleo de la reutilización humorística y de la repetición autorreferencial, convirtiendo en imágenes míticas los llantos lastimeros y las rascadas de cabeza de Laurel, la airada pomposidad de Hardy cayendo al agua y hasta la famosa tonadilla de sonido cacharrero (llamada la Canción del Cucú) con la que casi siempre se iniciaban sus filmes.

Quizá por ello, revisada hoy su obra, ésta destaque más por los geniales momentos aislados que por películas concretas en su totalidad.

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