Columna

Orfebrería socialista

Los pasados resultados electorales han resaltado la evidencia de que la cohesión alcanzada por Joan Ignasi Pla en el PSPV era sólo un maquillaje cuajado ante la expectativa de recuperar el poder. Los socialistas valencianos, digerido Pla en el vientre de la urna (y con los movimientos auspiciados desde La Moncloa para desatascar una situación iniciada en 1995), han vuelto a la práctica de su deporte favorito, que no es otro que la orfebrería orgánica que sin embargo los agrupa. A menudo, esta ferocidad interna se suele justificar como una evidencia del carácter democrático de la organización, ...

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Los pasados resultados electorales han resaltado la evidencia de que la cohesión alcanzada por Joan Ignasi Pla en el PSPV era sólo un maquillaje cuajado ante la expectativa de recuperar el poder. Los socialistas valencianos, digerido Pla en el vientre de la urna (y con los movimientos auspiciados desde La Moncloa para desatascar una situación iniciada en 1995), han vuelto a la práctica de su deporte favorito, que no es otro que la orfebrería orgánica que sin embargo los agrupa. A menudo, esta ferocidad interna se suele justificar como una evidencia del carácter democrático de la organización, que a diferencia de otras que se determinan por la verticalidad del caudillismo, dirime sus asuntos con un notable apasionamiento coral, participativo. Sin embargo, este pretendido rasgo cultural sólo es un perverso mecanismo para retener cargos en el nombre de los valores que representa la opción, lo que ha permitido que algunos tipos que se subieron al coche oficial con poco más de veinte años sigan emboscados en la estructura del partido sin haber desarrollado otro oficio ni haber demostrado otra capacidad que la de eternizarse en ella e incluso hacer que ésta se parezca a ellos. Este proceso, que desde el punto de vista de la zoología sin duda despierta un gran interés, por el contrario, ha sido una catástrofe para el partido, que no ha logrado hacer la fotosíntesis y regenerarse. La ortodoxia implantada en los días en que Joan Lerma se hizo con el control total de la organización acabó sustituyendo el talento por el matonismo y definiendo la cultura del partido en base a una aritmética que no ha sido sino una suplantación de la democracia. Como consecuencia, entre quienes controlan el partido y quienes lo votan se ha abierto un abismo que se agranda a cada legislatura. Casi veinte años después, no sólo son los mismos con otras caretas renovadoras los que continúan aferrados a un timón que no logran apartar del rumbo de colisión, sino que el mismo Lerma, que debió distanciarse lo suficiente para convertirse en un referente asumible por todos, sigue, como siempre, en lo propio. El resultado es el que arrojan las urnas y la realidad es que el partido que más apuesta por la juventud y con el que se identifican los jóvenes es el PP. Ahora al PSPV quizá se le plantea la última oportunidad para tratar de reconducir su destino antes de que los votantes se cansen de esperarlo y se larguen a otra opción. Y no lo conseguirá sin una revolución. Otra mascarada sólo llevará al partido a la marginalidad y la extinción. Lo cual, zoológicamente, no dejará de tener su interés.

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