Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA

Días libres en México

Nada más adecuado para escribir sobre un viaje que poseer una prosa a un tiempo aérea y grávida que restituya su componente más prestigioso, el asombro, sin dejar de convocar la sensación de movimiento. Pero el asombro, por proximidad a la mudez, puede paralizar las dotes verbales; para romper el nudo, el viajero se refugia con frecuencia en el exceso documental. Ésta es la razón de que muchos cronistas de viaje, aclimatados a un género más complejo de lo que se está dispuesto a admitir, se malogren por exceso de comparencia del autor. De ahí la irritación que produce leer, no las maravillas d...

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Nada más adecuado para escribir sobre un viaje que poseer una prosa a un tiempo aérea y grávida que restituya su componente más prestigioso, el asombro, sin dejar de convocar la sensación de movimiento. Pero el asombro, por proximidad a la mudez, puede paralizar las dotes verbales; para romper el nudo, el viajero se refugia con frecuencia en el exceso documental. Ésta es la razón de que muchos cronistas de viaje, aclimatados a un género más complejo de lo que se está dispuesto a admitir, se malogren por exceso de comparencia del autor. De ahí la irritación que produce leer, no las maravillas del viaje, sino las cuitas del viajero. Hoy más que nunca cualquiera puede viajar, pero escribir con propiedad sobre la práctica del viaje exige ser inteligente, como Joseph Brodsky en su ejemplar libro sobre Venecia, distribuir bien los énfasis, discernir lo sustancial de lo exagerado, diferenciar la máscara y la cortesía, recurrir a la historiografía sin negar la actualidad y, de paso, desmigar la plomiza erudición para que picoteen y no molesten los pájaros de la fantasía. Y saber transferir la experiencia de haber estado allí.

MÉXICO

Emilio Cecchi

Presentación de Italo Calvino Traducción de María Ángeles Cabré

Minúscula. Barcelona, 2007

210 páginas. 15 euros

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México, de Emilio Cecchi (Florencia, 1884-Roma, 1966), cumple con creces estas condiciones con una afabilidad que cabe calificar de virtuosismo. El prestigioso crítico de arte e historiador italiano, profesor visitante en Berkeley en 1930-1931, dedicó sus vacaciones de aquel curso a conocer México, deteniéndose en las "ciudades fantasma", opulentas tiempo atrás gracias a la fiebre del oro, de California y Nuevo México, y en el Hollywood en tránsito del cine mudo al sonoro. Es excelente su observación de las maquinarias y barracas abandonadas de las minas, cuya descripción incorpora la elegía de la que se nutre todo viaje. Y con la semblanza de algunas estrellas del celuloide, Adolphe Majou, Gloria Swanson, Greta Garbo, Chaplin y, en especial, el genio imperturbable de Buster Keaton, redime una América de la que afirma que "está un poco loca y es un poco una tierra de espectros". Porque lo vivo se halla detrás de la frontera mexicana. "Ahora empieza lo bueno", anuncia, pidiendo disculpas por la demora. Y el lector entra en México persuadido, con el profesor, de que "la poesía nace de las cosas, de la música y de la piedad del auditorio".

Consciente de que México se resiste a quedar apresado en su particularidad, Cecchi lo recrea con breves anotaciones de una precisión extraordinaria, como si lo fuera tejiendo en una sucesión de significados. Y si alguna vez recurre a la anécdota, nunca se permite transformar las anomalías y desperfectos del país en una síntesis exótica. No pretende "hacer descubrimientos"; su actitud es más cauta, esclarecer la experiencia de enfrentarse a un "tiempo increíblemente austero y cruel, dentro del cual las pirámides aztecas, los oros católicos y las figuras de la plebe de hoy existen en absoluta contemporaneidad e indiferencia". Y corresponder a la desconcertante dignidad de las gentes que habitan México. Ante las pirámides se siente partícipe de "una realidad fundada sobre una razón inhumana y subvertida", y se niega a describir la decoración de las ruinas para no invitar al lector a "las cruentas ceremonias que tuvieron aquí el teatro más suntuoso"; evoca el choque entre el clero y el poder civil, y el atolondramiento de unos revolucionarios que trataban de capturar a "Don Clero", a quien creían una persona. La mirada de Cecchi, civilizada y un punto aristocrática, rescata en un breve tratado de arte popular el "estilo documental" del corrido mexicano, y con igual sensatez descalifica el murillismo de Rivera, tan elogiado por la propaganda y el folclore, pero de una "materia pictórica ruda y sin esplendor".

El México de Cecchi

- ponde a los primeros años treinta; no obstante, para un país que ha hecho del anacronismo su razón de ser, poco se distingue del México actual. La diferencia de la mirada de Cecchi es que él ve la escondida "entidad numérica de los indios de México" que, años después, los exiliados españoles confundirán con mestizos. Sus campesinos, de rostro mongólico, contrastan con las céreas damas apergaminadas, dos clases obligadas a convivir en un tranvía que recorre las calles de Querétaro donde todavía se oye la descarga que acabó con el emperador Maximiliano. Un universo que fusiona, en un mismo estrato, las antiquísimas raíces de la raza con la implantación de formas obsoletas. Y es en ese México, "áspero y frenético", donde Cecchi pasará unos días "tan libres y serenos" que transportará al lector que se detenga en estas memorables páginas.

corres

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