Crítica:ÓPERA | 'Thaïs

'Una diva exuberante

La cotizada soprano estadounidense Renée Fleming conquistó el Liceo de Barcelona anteayer, en su debut, como protagonista de una versión de concierto de Thaïs, ópera de Jules Massenet fuera del repertorio habitual que, desde su estreno en la Opéra de París en 1894, suele tentar a grandes divas. Fleming lo es y, en su ardiente defensa del papel titular, sigue los pasos de la recién desaparecida Beverly Sills, a quien se dedicó la función.

Thaïs es de esas óperas que invitan a la cabezadita. Tiene escenas inspiradas, pero hasta que sale la protagonista, y tarda, es un muermo...

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La cotizada soprano estadounidense Renée Fleming conquistó el Liceo de Barcelona anteayer, en su debut, como protagonista de una versión de concierto de Thaïs, ópera de Jules Massenet fuera del repertorio habitual que, desde su estreno en la Opéra de París en 1894, suele tentar a grandes divas. Fleming lo es y, en su ardiente defensa del papel titular, sigue los pasos de la recién desaparecida Beverly Sills, a quien se dedicó la función.

Thaïs es de esas óperas que invitan a la cabezadita. Tiene escenas inspiradas, pero hasta que sale la protagonista, y tarda, es un muermo. De hecho, toda la partitura alterna momentos de sensual melodismo, asociados al personaje titular, con escenas de puro tedio. No es ópera fácil de tomarse en serio porque su argumento (basado en la novela homónima de Anatole France) es de los que dejan secuelas: un monje cenobita, Athanaël, cruza el desierto para liberar de los pecados de la carne a la prostituta Thaïs, gran atracción de Alejandría; lo logra y, tras dejarla en un monasterio, vuelve henchido de pasión y quiere poseerla, pero la cortesana purificada muere santa en sus brazos. En fin, que si no fuera por Fleming, sería para huir.

La diva sedució con sus poderosas armas: una voz cálida, de sugerentes colores; un vibrante temperamento, de gran fuerza lírica, y un absoluto dominio del personaje, que cantó de memoria. Sus compañeros de reparto no quitaron ojo de la partitura, pero con fraseo elegante, el tenor catalán Josep Bros sacó petróleo del papel de Nicias, y otra voz catalana, el bajo Stefano Palatchi, lució su canto noble como Palémon. Peor le fue al barítono francés Franck Ferrari, que debutó sustituyendo in extremis a Thomas Hampson y no mereció el abucheo que le propinaron algunos: no anda sobrado de medios, pero no es fácil hallar sustituto para Athanaël con tan poco margen. Y lo salvó.

Quien sí recibió grandes aplausos fue otro ilustre debutante, el británico Andrew Davis, que dirigió la orquesta con buen pulso dramático y especial mimo a la hora de acompañar a una Fleming que lució palmito con un espectacular vestuario de Ángel Sánchez. Cumplió bien el coro y destacó la soprano Sandra Pastrana. Mañana, la segunda y última función.

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