Editorial:

Ponerse flamencos

El nacionalismo flamenco ha salido como el gran vencedor de las recientes elecciones en Bélgica. Al quitarle la mayoría al primer ministro liberal flamenco Guy Verhofstadt y su gobierno de coalición con los socialistas, los votantes han encumbrado al confederalista flamenco Yves Leterme y a su partido democristiano CDV, que incluía en sus listas al independentista NVA. En la región más poblada de Bélgica (con seis millones de habitantes, casi el doble que Valonia) ha subido también el nacionalismo secesionista y de extrema derecha Vlaams Belang (antiguo Vlaams Block), que se sitúa en votos com...

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El nacionalismo flamenco ha salido como el gran vencedor de las recientes elecciones en Bélgica. Al quitarle la mayoría al primer ministro liberal flamenco Guy Verhofstadt y su gobierno de coalición con los socialistas, los votantes han encumbrado al confederalista flamenco Yves Leterme y a su partido democristiano CDV, que incluía en sus listas al independentista NVA. En la región más poblada de Bélgica (con seis millones de habitantes, casi el doble que Valonia) ha subido también el nacionalismo secesionista y de extrema derecha Vlaams Belang (antiguo Vlaams Block), que se sitúa en votos como la tercera formación del país, aunque quepa excluir su participación en cualquier Gobierno, dada la política de cordón sanitario a la que se ve sometido por su carácter xenófobo. A este aumento del nacionalismo flamenco cabría añadir los cinco escaños de la lista del populista Jean-Marie Dedecker.

El mensaje es claro: los flamencos quieren distanciarse aún más, cuando no separarse,

de los francófonos. Leterme, confederalista antes que independentista o federalista, se ha beneficiado del deseo generalizado entre los flamencos de reducir las transferencias financieras de la ahora rica Flandes a la pobre Valonia (al revés que hace un siglo). Ahora bien, con un 18,5% de los votos y 30 escaños de un total de 150, Leterme está obligado a buscar aliados, una labor de ganchillo que puede tardar meses en dar sus frutos. Por fuerza habrá de atraerse a partidos valones y modular su discurso sin renunciar a la "reforma del Estado" que prometió, para seguir avanzando en la descentralización del país en lo poco que queda ya con carácter federal. Los próximos pasos previsibles serían respecto al empleo y a la seguridad. De la mano del realismo que supone aproximarse al poder, Leterme ha recuperado ahora la idea de una Bélgica "construida sobre un compromiso histórico" entre valones y francófonos, algo que parece cada día más difícil.

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En Bélgica, los liberales, que representan el centro, han sufrido el desgaste de gobernar, pero sus hasta ahora socios socialistas han sufrido un retroceso aún mayor. En su versión flamenca, el socialismo ha perdido nueve escaños, y en su versión valona ha dejado de ser el primer partido, víctima de escándalos de corrupción. Salvo por los enfrentamientos entre valones y flamencos, lo ocurrido en Bélgica no es un hecho aislado. Es una tendencia a la que sólo parece escapar la Europa meridional.

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