Columna

Tiempo de forenses

Sin duda, éste es un buen tiempo para los forenses. Los resultados de las elecciones han llenado las páginas de los periódicos de autopsias muy precisas. Incluso algunos políticos, muy a tono con esa realidad, una semana después todavía no han logrado quitarse el rigor mortis de su expresión, aunque siguen sacando pecho como si el músculo y el cerebro no guardaran relación alguna. Una de las razones a las que más se ha recurrido para justificar la debacle de la izquierda es que la sociedad valenciana ha cambiado. La han manejado tanto vencedores como vencidos, acaso porque a ambos, de u...

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Sin duda, éste es un buen tiempo para los forenses. Los resultados de las elecciones han llenado las páginas de los periódicos de autopsias muy precisas. Incluso algunos políticos, muy a tono con esa realidad, una semana después todavía no han logrado quitarse el rigor mortis de su expresión, aunque siguen sacando pecho como si el músculo y el cerebro no guardaran relación alguna. Una de las razones a las que más se ha recurrido para justificar la debacle de la izquierda es que la sociedad valenciana ha cambiado. La han manejado tanto vencedores como vencidos, acaso porque a ambos, de un modo u otro, les resulta provechosa. Y, en efecto, así ha sido. La sociedad valenciana no es la que era, incluso el clásico diría que nunca fue lo que era. ¿Pero ha cambiado en el último año más de lo que lo había hecho en las vísperas de la anterior legislatura? Es evidente que no. Hace varios años que se ha producido una profunda transformación social en la Comunidad Valenciana, pero los principales partidos de la izquierda manejan parámetros obsoletos y se aferran a ellos. No es que el PP haya roto con sus vínculos más remotos y oscuros (que los mantiene, los incita y los subvenciona), pero se ha adaptado mejor a la sociedad valenciana, incluso a sus perversiones, que lo han hecho los socialistas. Lo cierto es que el PSPV ha desaprovechado su mejor oportunidad desde que está en la oposición para desalojar de la Generalitat a un PP descuartizado orgánicamente y hediondo de corrupción, que fue el primer sorprendido por el resultado de las elecciones. Y de esto, difícilmente se puede culpabilizar a la sociedad. Muchas son las causas que han incidido en el vientre de la urna y al PSPV le corresponde, sin llegar a la caricatura convertir en lastre sus valores asumir las que le pertenecen, que no son pocas. Y sobre todo, valorar si mantener ahora la olla tapada con el cadáver dentro es mejor que abrir la espita y llegar a las generales medio muerto. Por lo demás, Francisco Camps se enfrenta a un reto no inferior en intensidad al panorama que tienen los socialistas por delante. Ha llegado a lo más alto, con lo que su precipicio es máximo. Dispone de un gran capital y debe decidir, ahora sin las ataduras que lo inmovilizaron en la anterior legislatura, cómo lo va administrar. Qué cara nos mostrará. ¿La de Jaume I? ¿La de Don Pelayo? ¿Seguirá encerrado en la cueva lúgubre con flores de plástico y malolientes inodoros bajo el hechizo de la pitonisa? ¿Aprobará todos los PAI que le exigen los promotores que le han pagado la campaña? ¿Tendrá algo más que pan y circuito?

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