Transporte gratuito
Cuentan que un tal Aniceto Petit, de profesión perrero municipal, se presentó a las elecciones municipales de Pamplona allá por los años 20. En su original programa, cargado de promesas, aseguraba que -si conseguía la alcaldía- traería "un brazo de mar, con barcos y todo, hasta la Rochapea", un barrio de Pamplona, donde pensaba construir un puerto marítimo. También proponía "traer directamente el pescado desde el Cantábrico, a través de tuberías, para que los pamploneses dispusieran de pescado fresco en inmejorables condiciones". Sus seguidores lo paseaban a hombros por las calles de la...
Cuentan que un tal Aniceto Petit, de profesión perrero municipal, se presentó a las elecciones municipales de Pamplona allá por los años 20. En su original programa, cargado de promesas, aseguraba que -si conseguía la alcaldía- traería "un brazo de mar, con barcos y todo, hasta la Rochapea", un barrio de Pamplona, donde pensaba construir un puerto marítimo. También proponía "traer directamente el pescado desde el Cantábrico, a través de tuberías, para que los pamploneses dispusieran de pescado fresco en inmejorables condiciones". Sus seguidores lo paseaban a hombros por las calles de la ciudad pero, a la hora de la verdad, Aniceto no consiguió los votos necesarios y volvió con sus perros. Nunca sabremos si hubiera hecho realidad su sueño o si tan sólo se trataba de promesas electorales. En cualquier caso, lo que dejó bien patente es que quería cambiar la imagen de su ciudad. También a mí me gustaría cambiarla y, aunque mis propuestas no son tan osadas como las de Aniceto, comparto su afición por los sueños.
Si yo fuera alcalde y pudiera decidir el futuro de mi ciudad, escucharía -un día sí y otro también- a todas las personas que quisieran venir a visitarme: jóvenes o jubilados, amas de casa o padres separados, comerciantes o currelas en paro.
No me conformaría con pedirles el voto una vez cada cuatro años, sino que los animaría a crear asociaciones, centros culturales o lúdicos, tertulias, sociedades gastronómicas o agrupaciones vegetarianas, corrillos y peñas, dúos, tríos y ochotes, para que todo el mundo pudiera expresarse y participar en las tareas cotidianas del ayuntamiento.
Si yo fuera alcalde de Pamplona, gravaría con fuertes impuestos las 12.000 viviendas vacías cuyos propietarios no puedan justificar su negativa a alquilarlas, retiraría la licencia a las inmobiliarias y constructoras que especulen con el precio de la vivienda y expondría en un tablón del Ayuntamiento, públicamente, todas las gestiones y acuerdos de la comisión de urbanismo: a qué empresas se adjudican las obras municipales, cuál es la finalidad de cada obra, su coste y, por supuesto, qué cantidad de suelo se recalifica, quiénes son sus beneficiarios y cuántos ingresos se obtienen.
Dejaría de construir tanto parking subterráneo en el centro de la ciudad -un desastre para nuestro patrimonio arqueológico- y los trasladaría a las afueras, incentivando el transporte público y haciéndolo gratuito en las horas punta, con el fin de tener una ciudad más ecológica y mejor comunicada.
Si fuera alcalde, haría del Baluarte un auténtico lugar de encuentro artístico y cultural, más popular y menos elitista. Abriría más bibliotecas públicas y cerraría algunas empresas contaminantes, crearía centros en los barrios para fomentar grupos de música, de teatro, de pintura, de cine... Y los jóvenes tendrían locales de ocio y diversión, para relacionarse, disfrutar y dar rienda suelta a su creatividad.
Y, sobre todo, potenciaría los servicios sociales, para que las personas mayores, los discapacitados, los inmigrantes, las mujeres maltratadas y el resto de ciudadanos que se sientan discriminados o excluidos encuentren en el Ayuntamiento un apoyo real y efectivo.
Pero ya ven, ni siquiera me presento a las elecciones, aunque tal vez algún candidato lea estas líneas, le guste soñar con otras realidades y nos quiera traer, como Aniceto, un brazo de mar hasta la vieja Iruña.